miércoles, 12 de junio de 2013

24 x 48

Es como en esas películas de Ciencia Ficción: uno se mete en una cámara y duerme, años luz quizá; minutos; el tiempo pierde veracidad. Esa es la imagen. Sería buena tarea traer aquí una fotografía. Me envuelvo en una tira de tela color vino, me incrusto en esa cámara color caoba. Bajo mi oído derecho, poéticamente, un caracol de estambre hace las veces de almohada. No es nada sexual. No podría serlo,  escasos tres metros mi compañero hace lo mismo, o algo muy similar. Lo veo dormir y dejo que el silencio pueble mi pensamiento, limpio la memoria para que el sueño llegue. Es así. A veces no es posible hacerlo y llevo mi desesperación de una oficina a otra, de un cuarto de baño donde pudieran vivir dos familias a otro cuyo espacio desafía cualquier claustrofobia posible. Dormito. Abro los ojos en sitios no indicados para dormir. Escucho el aletear del aire acondicionado. Tal frío es fabricado para no dormir. Creo. Y es todo palabras. O no. Es ese lugar al que he llegado sin imaginar que visitaría jamás. Si aún se piensa en la construcción del destino. Yo hice mi advenimiento a este sitio a fuerza de ironías, de silencios, de venganzas estúpidas. Nada entonces que lamentar. Nada que discutir. Todo es humano; todo hecho tiene más de un rostro. Por eso me incrusto en esa cámara azul o caoba y desisto de toda palabra, me ovillo en el silencio que a tres metros de distancia guarda un sueño ligero, un sueño real.