jueves, 20 de septiembre de 2018

Tarea


Ser en esencia una rata acostumbrada al hedor de los abismos. Recordar el abecedario y seguir su curso como un río de aguas negras. Jugar al pequeño dios de los conflictos y hacer que se mueva el tiempo de atrás para adelante y zigzagueando, como si el sol saliera a la más mínima seña de mi pata izquierda.
            Escurrirse por los meandros de los líquidos que rodean mi cerebro. Proyectar la próxima trepanación con toda astucia. Reconvenirme a la hora precisa porque el olor del pan obliga.
            Reaparecer sin sorprender. Esclerotizar o erotizar, escandir la esencia de lo que sólo son líquidos en el cerebro, reacciones químicas en torno a las circunvoluciones donde giran todos los eventos que forman nuestra historia: Estruendos, reguero de recuerdos; recogerlos para armar un ramo de espléndidos amaneceres y decir luego, acariciando los pétalos de soles recién  nacidos: Vine al mundo para matar al olvido, para hacer que nazcan nuevos amores, cuyo cuerpo es de palabras. Nací para ser arrancada de la nostalgia.
            Para que los temores huyan ser la majestuosa carabela de madera oscura, donde zarpen todas las ratas del mundo y me hundiré en el momento exacto, ahíta hasta los bordes de mansedumbre, de la euforia de las ratas ante la muerte inevitable.
            Insoladas mandarinas desde el cielo contemplarán ese espectáculo del navío que muere con todas sus ratas, tragados barco y bestias por el amado mar bajo el atardecer más hermoso que jamás el universo viera.



Definición falaz


Y no huiré de mí. Eso nunca. No puedo. Me enseñaron a aguantar el dolor y decirles a los demás que no pasaba nada. Supe que sonreír oculta perfectamente cualquier tristeza. Aprendí a llevar el mar conmigo, a atesorar cadáveres de insectos porque representan a la perfección mi incapacidad de hacerme indispensable. Conocí el temor de confundir soledad y libertad. Grité en nombre de la primera pretendiendo defender a la segunda, y entendí finalmente que soy el viejo castillo donde los fantasmas de una y otra se pierden, se encuentran en sus pasillos y sonríen con gentileza. Porque no hay oscuridad que las atemorice, ni ruidos extraños que las perturben. Ambas,  mi brazo izquierdo y derecho, me ayudan a sostener el tiempo; ambas, mi pierna derecha e izquierda, me llevan con un ritmo perfecto de tijeras bien afiladas a donde digo debo ir, porque entre el deber y el placer, danzo un swing bastante aceptable y me alejo así, con paso tranquilo, de todo manicomio.