lunes, 15 de julio de 2024

Agua

"No entramos en algo, caemos dentro"


Me busqué una herida. Quiero que lo sepas. Nunca debiste creerme. ¿Está bien que te diga ahora el papel asignado en esta representación? Supongo fuiste feliz antes. No cabía pensar otra cosa al mirarte. Sí. Fue un deslumbramiento. Entonces inició la representación. Ser para ti. Era necesario. Lo sabes ¿no? Imaginé futuros que fueran sólo un presente luminoso. Yo era para mí una figura un tanto informe, digamos la pintura para tu creación, el lienzo y el silencio necesario para que tú hicieras de ti lo que anhelabas, pero ¿qué sabía yo de ti? Nada. Por esa simplicidad y el fuerte acento (¿también eso puse en ti?)... siempre, aún en sueños, me supiste lejos, precisamente por eso tu caricia era piedra de toque, pararrayos, isla. Porque quería para nosotros todo el mar. Por eso abrí la ventana a medianoche. ¿Puedo decir que para eso nací? Puedo decir lo que sea, o callar, esconderme incluso de mí, de ti. Ser ahora lo que se espera de mí. Ya no somos juguetes nuevos. Ha pasado demasiada agua haciendo el cuerpo de nuestro río, ya somos un mar, ¿un mar, ya no nube, ya no gruta oscura, ya no humo dentro y fuera? Ahora estoy a la orilla de mí. Olvido es ahora una palabra como pan o aire: necesaria. Ser agua, pretender serlo, ya no es sencillo.
      ¿Quizá deba pedir perdón? Tal vez.

Transparencias

 


Antier en el taxi que me llevaba a la central camionera me asaltó (lugar común) uno de esos principios de novela que no van a ninguna parte: "Yo también, como todos los que se van lejos, tenía esa ansia de lejanía", ¡qué barbaridad, tres ía muy juntos! Recordaba que, no sé si el recuerdo --¡!-- vendría de una vida pasada o de algún otro dentro de mí (sí, era yo en las horas llenas de silencio de mi infancia) cuando escuché el tren y quería irme(¿es que había visto en la televisión algún programa en el que los vagabundos recorrían el país viajando de incógnito en el tren? --felices días tan lejos en el tiempo, cuando no existía "la bestia"-- Quizá por esa confusión de vidas vividas o prestadas es por lo que ahora, junto al mar, escuchando el sonido del oleaje, y como a todos les sucede, supongo, me da por filosofar, también porque hay, en esta arena oscura, muchas piedras que llaman mi atención y quisiera llevarlas conmigo pero sé que no puede ser y elegir una o algunas entre tantas trae el problema, precisamente, de observar sin desear poseer. Así pasa con todo, con piedras y personas, acaso la edad es la única que da la perspectiva para entender que no es necesario poseer, la belleza está ahí, en piedras y personas, eso está bien, no es necesario poseer ni piedras ni personas hermosas, su sola existencia dignifica la vida, querer aprisionarlas sería como querer que el mar nos cante esa danza hermosa de su oleaje todos los días al oído, como dicen que se escucha el ponerlo en una caracola de mar, ¿de esa leyenda nació el deseo de poseer caracolas, piedras y personas? Y tenerlas por el simple placer de decirnos: "Es mía" la piedra, la caracola, la persona que no canta la música del oleaje. Y de ahí, el pequeño filósofo que todos llevamos dentro empieza a forjar la historia del vacío eterno que somos, todos, como una casa nueva, queremos amueblarnos con sonidos, caracolas, piedras y personas para fingir en serio que somos diminutos universos llenos de música y belleza. O quizá anhelamos esta otra forma de silencio que es la voz del oleaje para entender que como agua de mar o de lluvia somos, pese a nuestros huesos y carne, también piedra y caracola y diminuto engranaje del universo todo y en un silencio verdadero vendrá el día de sí ser agua y sal de mar, gracias al milagro de mayor misterio que no conocemos por el cuerpo, si no por el propio silencio desde el que ya no podremos dar alguna palabra ni a personas, ni a caracolas ni a piedras; el único silencio más grande que nuestra vida: ese mar llamado muerte. Esa vida no conocida pegada a nuestra existencia como la nube a la lluvia, como la ola al mar.

II

¿Qué tan fuera de mí puedo ir? El vehículo puede ser mi oído: si escucho el ritmo del agua en su borboteo. ¿Qué puedo concluir de ese ir y venir del cuerpo de agua lanzándose hacia arriba y hacia abajo una y otra vez? ¿Y si el agua cae sobre mi espalda, luego de andar entre las piedras? ¿Qué tan lejos puedo ir de mí? Desaparezco y no, todo es un estar y no. Soy la ráfaga, soy otra piedra donde caer.
      La materia de mis huesos es protegida por los músculos y la carne ¿qué tan lejos puedo ir de mí si escucho a los pájaros, qué dicen? Soy una profunda ignorancia de mí, sólo sé que llegará el momento en que mis pulmones necesiten más aire y tendré que dejar de jugar a ser la máquina que bajo la superficie va y es impulsada por un mecanismo de tendones y huesos para ir más allá de sí misma. Contrario al impulso de horadarme hasta llegar a la transparencia del alma, insisto, con el agua y su voz, ¿qué tan lejos puedo ir de mí?

III

Si conozco los puentes, si he visto debajo de ellos, la madera que lo forma, entiendo ahora que soy un diminuto pez, bajo la mirada amorosa, brillante de ese robot que viste el tocado de monja capuchina, si en ese brillo que me ilumina desde sus pupilas iridiscentes, soy el pez que sobre sus pulmones dibuja branquias azuladas, blancas unidades de células vivas, y de todo color de angustias viejas sólo guardo la conciencia de huir de sí que, poco a poco se desdibuja como el color de un cielo atardecido. Así, al igual que el día deja de ser y el anochecer viene en su oscuro rumor, así, con los blancos manteles largos y su danza ambarina, llena de estupor, vestida de paz, nace mi conciencia de ser el pez dorado, diminuto que inventó ese robot para su solaz.
      ¿Qué son veinte minutos en la vida de un pez? ¿Qué es ese lapso en la mirada amorosa de un robot? ¿Acaso la caricia del viento en esa planta de luz tiene sentido medirla en instantes? ¿Ese tiempo duran mis piernas en transformarme, gracias a su movimiento, en una nueva especie, ésa que desconoce el lenguaje con que nací, si acaso el habla me hizo humano, este silencio habitado por el fragor del agua me hizo ser este tránsito que solo define una huida, un abstracto dejar de ser. ¿Liberada?

Soñar

 El temor de tener un accidente. Y en el sueño provoco un accidente, de la manera más simple, empujando un vehículo en el que iban dos grandes personas, grandes de tamaño. Habíamos pactado la noche anterior juntarnos para hacer algo importante, lavar unas sábanas, era mi propósito, sólo eso, la elección de las palabras como máscara, como enjuiciamiento o descripción llana, por la necesidad de soltarse, porque teclear ayuda más que escribir o ¿era al revés? el asunto es que fluya… bueno, lo que necesito hacer es éso… ponerlo por escrito: empujo el vehículo con el pie y va a dar a media calle, vienen otros vehículos y bien podrían lastimar a los que quedaron dentro, así que corro hacia la pequeña camioneta y la abro como si fuera una caja, saco el cuerpo de elefante que está dentro, es de estambre y está inflamado (ya sé que el estambre no se inflama a menos que se esté incendiando) y del interior del extraigo un par de figuras, al parecer felinos enormes, eso hay ahí, como si el elefante estuviera embarazado … entonces sé que los he salvado, pero también sé que fue un accidente de juguete, ¿cómo podría, con un solo pie, desviar la trayectoria de una camioneta conducida por personas vivas? ¿lavar la ropa es algo importante? a las preguntas que se atraviesan aquí no debería hacerles caso, pero es tan sorprendente el sueño que me levanto y lo escribo, éso es lo importante, mi inconsciente está haciendo su trabajo y quizá lo que dice es que yo tengo la edad suficiente para saber que he creado un accidente para saber que puedo remediarlo, que no es cosa del otro mundo, que lo puedo hacer, tal como lo estoy haciendo ahora, dejando que mis manos escriban las palabras en el teclado, porque tengo edad suficiente para dejar que el cerebro se conecte con mis manos y pueda escribir directo desde el cerebro, las ideas que están ahí, deben salir y no por un deber abstracto, sino porque lo he decidido yo, quizá con el propósito más profundo, quizá porque sí es vocación venir a escribir las palabras y las ideas ya se irán estructurando y porque mi infancia tal vez no fue idílica, pero fue, y si mi hija, hoy de cuarenta y dos años, necesita tener juguetes y jugar con el perro que yo nunca le di y hoy por fin ha encontrado, me da por pensar, como siempre en contra mía, que le negué a ella su infancia y si ella hace muñecos de estambre y yo provoco el accidente de la muerte de dos de ellos, también puedo correr y salvarlos, sacarlos del cuerpo del elefante de estambre y comprender que hay muertes provocadas que pueden ser reversibles, porque si seguimos en este mundo ambas es para curarnos mutuamente, porque mi deber de devolverle la infancia que le quité puede ser posible de alguna manera, es posible que ésto es lo que me está diciendo el sueño, que yo sí puedo ser escritora y que puedo sanarla a ella y sanarme a mí, porque quizá es el camino que necesitamos recorrer ahora que estamos vivas y sí es importante lavar las sábanas y sí es importante salvar juguetes de la muerte y sí, hay accidentes que se provocan pero accidentalmente, porque no sabía que iban a morir estos felinos, porque sí es verdad que ella puede tener las mascotas que no conoció en su infancia y aunque hay un censor leyendo detrás de mí ahora (Virginia Woolf lo llama “el ángel del hogar”) diciéndome que mi hija sí tuvo mascotas y fueron gatos, un par de conejos y sobre todo yo, una especie de niña extraña a la que tenía que cuidar, éso sería lo que tendría que reprocharme ahora, pero no es necesario tal vez, ella me ha perdonado, y por eso tiene un perro y lo abraza y por eso yo tengo este espejo de palabras y este inconsciente que hace la película de los felinos rescatados, como aquel que lastimó a su perro para poder cuidarlo, así he hecho yo con la escritora que tengo dentro, he tratado de dejarla morir por el puro miedo de que no sea suficiente, me he olvidado de lo que vino a recordarme este libro que leí en un par de días, que sólo hay que saltar de la cama y dejar salir el cuento, grancias Ray Bradbury, la lista de palabras de donde surjan las ideas, la idea de una infancia vivida como cada quien puede hacerlo, la madre que fui, la hija que soy, la hermana, todas ellas tienen sus historias y quieren contarlas, es sólo permitirles ser paridas y si salen del cuerpo de un elefante de estambre no importa, los juguetes son importantes, pueden decir lo que no nos atrevemos, incluso hice un par de ellos en la escuela, marionetas de atuendo brillante para meter las manos en ellas y decir lo que yo no puedo, así la escritura, así los sueños, así el Zen trabaja, así hay que entenderlo, dentro del sueño está la verdad que necesita ser dicha, durmiendo puedo conseguir esa libertad que de otro modo, sería difícil decírmela. Interesante máquina de significados el ser humano. ¿Ciencia ficción? tal vez. (Escrito luego de leer “Zen en el arte de escribir” de Ray Bradbury).

 

Investigación en la Isla

 


 

Entendámonos. Como si fuera un crimen real, llevado a cabo en el cuerpo (no en la mente) habría que llamar a un especialista, hacer lo necesario, encontrar, gracias al arte de la casuística, y con la ayuda de los mejores en su área, si la trayectoria de la bala coincidió con la voluntad del criminal. ¿Fueron deseo y acto uno mismo?, ¿empalmados en el tiempo, pero discontinuos en el espacio? Válgame la desorganización de toda lengua nativa. Sea preciso especificar si el acto de morir (¿emocionalmente?) fue calcado exacta y matemáticamente con el instante en que se dejó de respirar; sean admitidos todos los pretextos posibles, llámese a declarar al ejército de paisajes que atestiguaron la tesitura del delirio. Abónese a la buena voluntad de los investigadores la investidura de cuasi dioses que se otorgaron mutuamente víctima y victimario. Habría que encabalgar sus dichos, hacernos cargo de lo absolutamente estúpido del crimen a investigar (¿es que acaso no jugaban al péndulo todo el tiempo los actores que nos trajeron a montar esta pesquisa que más parece una obra de teatro del absurdo?). No hay manera de evitar que sea conocido a descampado, a troche y moche cuanto estos dos urdieron en la distancia, pero tan unidos como gemelos idénticos que comparten corazón y pulmones, y es precisamente en ese bosque incierto de alveolos y distintos ramajes que seguramente han de extrañar muy precisos humos, donde se dio el desencuentro, ese como claro de bosque en el que, inesperadamente, uno de ellos dejó caer la máscara y más valdría no haberlo hecho; pero las cartas estaban echadas, simples muñecos de barro, ellos cumplieron el rito: se alejaron sin un aullido, sin marcar en la tierra hondas huellas, pues la huida fue en cámara lenta, y al mismo tiempo casi rompiendo la velocidad de la luz (¿Así..?) Sí. No se llame a engaño quien siempre vivió sobre delgados filos abyectos, sobre promesas silenciadas, haciendo de la caricia el único terreno posible para posar su miedo al vacío. Déjese pues constancia. Perdónese a la química del cuerpo, a las reacciones naturales de sustancias viajeras que se tomaron las manos metafóricamente y con sus diminutos cuerpos hechos de electricidad, unidos, rompieron para siempre lo que parecía indestructible, y dieron nombre así al acabóse, dieron nombre y apellido al hecho insobornable y cierto, implacable, que sonó como un edificio de cristales transformándose, apenas en un parpadeo, en toda una constelación de vidrios iridiscentes, para siempre disueltos en la oscuridad del cosmos. No se llame a engaño quien utilizó un poco de veneno para endulzar sus días, para montar la más alta ola y es, repentinamente, por ese mar devuelto a la orilla de sí mismo, a su condición de isla, a su naturaleza de naufragio.