...agradezco por los días vividos, por los abrazos recibidos, por el incondicional amor filial, por el sol que se queda impreso en la piel, por el agua del mar y sus olas, por el sabor de los alimentos, por la posibilidad de contemplar paisajes luminosos también dentro de mí...
...dibujó un signo en mi mano derecha el día que nos conocimos... yo era un cuerpo en su cuerpo... él era un cuerpo en mi cuerpo. No significaciones. Presencia. Pura materia para experimentar el tiempo. Nada más lejos de la decadencia que nuestro abrazo. El mar y la mañana, las palabras: delicadas nervaduras que iban formando el tejido que nos unió, imperceptiblemente, durante tantos días entre la vida y la muerte.
Fueron los olores, los caminos, la noche y el fuego: la fogata. La sangre, porque fue la herida en la mano, esa mano anónima que buscaba alimentar, sólo eso.
Vengo del mar y en él dejé mi rabia. Sólo poseo ahora una dulzura, la de nombrar lo que iluminó los días; que lo oscuro e incierto quede oculto en el olvido. Hoy busco la luz. Lo que entonces entendí como la maravilla y lo viví así en una mirada, en un cerrar lo ojos, más allá de cualquier significación abstracta; mutado el cuerpo en castillo y el corazón en casa abierta, la voz en paisaje de colores amados, la lluvia en caricia de dios, en suave mensaje. Eso tuve. Eso tengo, porque elijo quedarme con ello, con lo más luminoso y cierto. Con la vida vivida, con la alegría para alimentar mi gana de agradecer al universo contenerme de esa manera.
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