I.
Somos el vocabulario
del infinito, la conciencia deseante que lucha consigo misma, ebrio error del
pasado y lúcida ergonomía de la eternidad, hacia el centro de nosotros mismos
corremos inmóviles. Yo no día creer que todo eso fuera cierto, por eso chocaba
con tu cuerpo en la escalera y prefería alejarme. Me desbordaba, me
desbordabas, era como un vaso lleno de realidad. Pero mira, en medio del ruido
de un mercado siento venir al silencio, lo acomodo junto a mí, le haga lugar
ahí, donde estoy, donde soy. Sé que el agua ha vuelto a ser el agua, sólo me
contiene, me abrazo mientras braceo hacia la orilla. Estoy respirando,
conteniendo la respiración, dejando a mis pulmones que esperen, como espero yo,
de pronto el cielo es sólo ese lugar donde un par de aves planean mientras
siento en mi espalda la dureza del piso, el frío. Es sólo un minuto lleno de
trinos de pájaros que no veo. Entiendo que el silencio me acompaña, le digo muy quedo que yo puedo
ser una palabra, él se ríe, sigue sin decir nada, esa es su naturaleza, la mía
es desdoblarme en las palabras que soy las que no entiendo, mientras un viento
frío toca mi brazo izquierdo. Hacia el dentro camina esa voz que somos, yo te
pregunto y sueltas una risa tenue, aminoro el paso entonces, juego a ser
invisible, me callo también. ¿A las palabras qué…? Ella no tienen miedo, no
saben a qué sabe, han reptado despacio por la escalera y ya se me suben por los
pies, danzan sobre mis piernas, rodean mi ombligo, las siento en la espalda,
son suaves, en mi cuello se divierten jugando a los diptongos, se enredan en mi
pelo y bordean mis orejas, ya están en mi frente y nada comunican, sólo su
existencia que es la mía, que es la nuestra, porque somos siempre otros.
II.
No hay eternidad
disponible. Somos palabras como frutos de un huerto, algo así dijiste, algo así
entendí. En la dura tarea de desaprender me regalaste un montón de palabras. A
veces sí puedo reír de mí. Cuando no eres de nadie puedes ser de todos. Eso es
verdad. Vecinos cercanos del infierno, sin querer replicamos las voces
adoloridas; nada nuevo, tal vez efecto de un eco involuntario. Sentarse y oír
el silencio. ¿Difícil? A veces. Demasiadas veces he dejado mi cuerpo a la
orilla de recuerdos vagos, de sonrisas difíciles. Nada como desear la muerte
para odiar la vida, sin embargo, pese a todo pasa un ángel y se recupera la
compostura, se olvida uno de uno mismo y vuelve a cantar canciones como quien
se pone ese vestido que le dijeron va bien ahora que hace calor, ahora que hace
frío. Se desaprende, se reajusta, se encomienda uno a los dioses más diversos,
si es necesario los inventa, porque de padeceres está lleno el cielo (ése que
nos dijeron que nos será dado luego de jugar al masoquista en esta tierra) de
padeceres suavizados por caricias de ala de ángel, y si será entonces, ¿para
qué esperar?, ¿por qué no reacomodar las sílabas de las escrituras –sagradas o
no-? Intervenimos entonces el mausoleo, dibujamos lentes y orejas de marciano a
los dioses que nos dieron, le rodeamos los bigotes de espuma a los más sacros
filósofos y nos acercamos a los adoloridos miembros de esa pléyade de
sufridores sonriendo sarcásticamente; nada nos detiene, nada nos arredra,
desparasitamos nuestro espíritu y volvemos la vista hacia nuestros propios
intestinos prístinos, desecamos la ausencia, nos tragamos las lágrimas de
cocodrilo o de lechuza, de los animales varios en que nos vamos trocando. ¡Ah
la brisa marina nos hace estrellas de tentáculos suaves! Nos infla los pulmones
como las alas del velero, transmuta nuestros brazos en los leños para acunar al
primer Robinson que en el imaginario pace como dulce animal enamorado de la hierba.
El aire de la montaña nos hace correr como a esas alimañas tiernas que se
ocultan bajo las piedras. Somos el más taimado y feroz pintor de cuevas
rupestres, cortamos las manos de los muertos y con ellos hacemos los diseños
más audaces, no porque amemos la sangre, es sólo que el arte es el que rige
nuestros días, por eso, siendo otros y como siempre el único y el mismo, vamos
por las ciudades y vemos pasar un ángel, inconscientemente entonces cantamos:
“No se ha dado cuenta que , que en mis pensamientos, me gusta, no se ha dado
cuenta que le amo, que cuando pasa la estoy mirando, que estando despierto la
estoy soñando. Que de mi vida ya se ha adueñado, que en mis pensamientos, ella
siempre ha estado”.
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