jueves, 4 de diciembre de 2008

Himno a la temeridad (Parusía)

Imposible acercarme a la llama que ilumina todo cuanto me he mentido sin quemarme. Inútil pretender que no habré de calcinarme al contacto de las yemas de tus dedos. Aborigen de mí misma me retrotraigo a la esencia de tus palabras. Es como si me arrebujara en la ignorancia de mi corazón oscuro que sin embargo tiende a descobijarme, a dejarme plena de resfríos en lo alto de la madrugada, donde he visto a lo lejos, pero quemándome, el elegido silencio que rompes, tú y la milenaria necesidad de comprenderme, la inefable e innegable manera que he tenido siempre de acurrucarme en mi cuerpo, queriendo al mismo tiempo arrullarte en mí, haciéndote parte de mis células, y me embozo, aunque quisiera desbordarme en palabras tiernas para que me abdujeras, ya que el planeta que eres me llama porque en él estoy yo. Tú eres espejo de mis entrañas, real y simbólica realidad que sólo dice: Eres. Porque me veo en ti y me maravillo, la emoción me toma, rehago entonces mis pedazos, recojo cuantos fragmentos de mí han hecho mis fantasmas, sí, porque en tus renglones, en esas placas de vidrio que amontonas estoy, como fiel designio de lo que todo ser humano se hace ser, lejos de su cuerpo, como estoy ahora aquí, lejos de ti, lejos de mí.
Pero no habré de quemarme, digo. No, Porque mantengo la distancia, que es tanta, que da vértigo soñar con tus ojos tras los cristales, sin embargo estás presente, no he olvidado ni olvidaré la sensación de aceite en las sienes que fueron tus palabras, no olvidaré tu lenguaje corporal que señalaba claramente lo que dentro de mí ocurre siempre, y me dinamizo si estás en el recuerdo, si ante los renglones que has escrito me detengo y no, porque no puedo estar quieta, no lo quiero, me muevo hacia tu luz, pero me aparto ¿es necesario decir que la contradicción me ha alimentado siempre, antes y ahora, luego también de ti? Merezco refractarme, hacer un mosaico, un mural desconcertantemente cierto y deslumbrante. Merezco desdecirme, arrinconar a los esclavos que merodean dentro mío vestidos de moros, esos que destazaron a mi alma silenciosa, a mi vociferante cuerpo destruido. Merezco volver a existir, y oler y ser nuevamente cuatro o cinco personas, ¿quinientas? Sé que no habrás de retroceder asustado si te lo dijera, sólo por necesidad, porque siempre hablo a alguien, a ti, a mí, a las otras afantasmadas que soy, sin miedo, pero ahora, hoy, aquí, sin desconocimiento, eso es lo que maravilla, lo que abre un océano frente a mis ojos leves, ocultos, pero ahítos de paisajes imprecisos, mis ojos listos ya para oír, para palparte en la distancia, porque no existe ninguna distancia si has sido introyectado en mí, y así como éste, me puedo contar mil cuentos más, lo sabes, pero la realidad fue y es tu palabra que somos ambos, que anidó y en la tierra de mi pensamiento queda presta a reproducirse. Te ofrezco la maravillosa flor que seré, el árbol sellado contra el olvido, el bosque pleno de significados que ya voy empezando a ser. Esto no es una declaración de amor, es la sencilla manufactura que mis pensamientos hacen para ti porque me devolviste lo que soy y me enfrentaste a los cuentos que me contaba siempre. Esta es la manera en que funciona la maquinaria de sangre y sensaciones. Así se manifiesta esta máquina de moler mentiras, esta construcción para derribar las murallas que dentro mío he construido con la carne y sangre de tus palabras, porque fueron espejo, no despojo de mí como hasta ahora todo verbo conjugado, sino fiel constancia de mí, hecha de ladrillos que son venas y sensaciones, miembros y silencios, hambre y tacto, lengua y voz. Soy y seré, hasta que la tragedia rasgue mis venas, mientras, en el mar de mi sangre voy y vivo para mí, abrazada en mí, llena de mí.

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