jueves, 4 de diciembre de 2008

Nombres

Diego Rivera le dijo a Elena Garro: “No interrumpas cuando digo que pienso”. Ella se echó a reír, porque sabe que todo es mentira. “Lo esencial es sentir lo que siento”: todo es irreal. ¿Quién dijo que en los momentos de gran alegría pensaba con mayor intensidad en la muerte? Es falta de humildad tal vez (“yo quería que la fatal visión de esos ojos azules permaneciera sobre mi cuerpo desnudo siempre, pero la palabra “siempre” es un juguete, ya sabemos”).
Ella tomo con suavidad la decisión: abrió la puerta. Diego salió, igual se pudo haber llamado Excalibur, los nombres son como calcomanías: intercambiables. Pero aquí y ahora, él sale, llámese como se llame. El nombre de ella tampoco importa, el dibujo que tus ojos ven en estas palabras también puede ser reemplazado. ¿Cómo sentir la vida verdaderamente? Somos pretextos, acaso figuras presas en el espejo de lo que creemos nuestras vidas, reflejando una realidad no conocida, ¿importará de verás?
Tal vez ella, al calentar el café y beberlo, tras la partida del que perdió su nombre al cruzar esa puerta, sólo piensa en estas cosas porque es domingo, un buen día para habitarse por dentro, para recorrer los pasillos de ese vacío que es su corazón y nombrarlo en serio quizá por primera vez, hoy, que no pasa nada y ella revisa con cuidado las esclusas de su corazón, para que no se abran por accidente y ahoguen a los posibles seres que se esconden tras las columnas llamadas venas.

Si debiera olvidar algo, este es el momento, piensa y se acomoda en el sillón, abre el periódico, mientras un nombre se le atraviesa en la garganta, pero lo traga con un poco de café tibio.
Acaso la vida sea sólo una colección de objetos kitsch acomodados a lo largo de las aceras y los años. Eso cree Elena, a quien tampoco le importa si ese es su nombre, nada ganaría con ponerse otro o ese mismo, igual le dolería la columna vertebral, igual le gustarían los monos y los sapos, ella lo sabe, es quizá para olvidar el intento de la vida por desbarrancarla que se pone grandes anillos en los dedos, mancha sus uñas de rojo y magenta, se trenza los cabellos negros con lazos de colores, iguales a los que hace suspenderse en el espacio de los cuadros que pinta con inscripciones irónicas.
Elena o F. (¿qué más da el nombre?) enciende un puro y acaricia al perro chihuahua que le lame la punta de los dedos.
Anaïs (si así se llamara) selecciona un vestido de terciopelo rojo que usará sintiendo que el fuego la envuelve, para que éste “camine con ella”, por calles hermosas en las que resonarán sus pasos con un sonido de luz más alto que las catedrales, para luego, en la barca sobre el río, hundir su rostro con húmeda voluptuosidad entre las piernas del peruano. La vida le enseñó que no hay mejor amuleto contra la mala suerte que ése. Pinta pues sus labios de rojo fuego y cierra los ojos sintiendo el golpear de su corazón ante la inminencia del encuentro.
Tiempo y lugar no importan, el sitio en el que se vive es un accidente, el año en que se ha nacido también.
Elena, Diego, Anaïs, F., todos nombres, al cabo del tiempo pequeños objetos de colores para designar cierto territorio en el interior, en ese amplio lugar que se oculta más allá del recinto donde sopla el viento del vacío, porque hay que crear uno para tocarnos, eso me dijeron: Si todo estuviera firmemente soldado y formáramos todos una masa compacta, no podríamos tocarnos, no seríamos únicos. Como lo somos.

3 comentarios:

Agustin Cadena dijo...

Empieza bien. Suerte.

Carmen Peña Romero dijo...

Me encantó el nombre de tu blog.

Me gustó tu texto de apertura

Ojalá te saturen de buenos comentarios

Te deseo mucha suerte.

Un abrazo cariñoso y hasta pronto.

Patricia Ibarra Mendoza dijo...

Es un verdadero gusto leer lo que escribe.
Alguien me dijo un día " Hay que mirarnos en espejos que nos reflejen lo bonito"... leyendo sus escritos puedo mirar un reflejo hermoso de la literatura.