miércoles, 29 de julio de 2009

Entrevista a Gonzalo Lizardo

Para la presentación de su libro “Jaque Perpetuo” en esta ciudad (de Guadalajara), entrevisto a Gonzalo Lizardo, escritor que vive en Zacatecas, por lo cual la oportunidad era hoy o nunca, así que después de ver un partido de futbol de su interés, atiende al mío y conversamos de manera más animada de lo esperado, parece que nos reconocemos como amantes de la literatura, eso siempre hermana.
Esta es nuestra plática:

—¿Existen escritores a los que no les gusten las entrevistas?
—Yo creo que sí.
—¿Conoces alguno?
—Sí, conozco un par, bueno, de hecho a mí no me gustan mucho: si uno escribe es porque es callado, porque a uno no le gusta tanto hablar… nada más que, por circunstancias del oficio, uno aprende que para escribir también hay que saber hablar y yo, por ejemplo, si quiero vivir de la literatura tengo que dar clases de literatura… y para dar clases tengo que hablar. Ya me acostumbré un poco a las entrevistas, no es difícil, tampoco es fácil, pero, son gajes del oficio, como para un zapatero ir a comprar el cuero de los zapatos.
—Acabas de mencionar que por ser callado es que uno escribe, eso lo dices desde tu experiencia, claro, pero encontré en tu libro “Jaque Perpetuo” tres palabras juntas: “Hambre de Vida”, ¿también por eso el escritor inventa mundos?
—Sí, tal vez… mira, cuando uno empieza a ser escritor, se da cuenta que uno ha vivido un poco diferente a los demás, porque uno ha invertido más horas leyendo que viviendo; es una ilusión que tiene uno: que leer es como aislarse un poco de la vida y decir: “en vez de estar afuera haciendo travesuras estoy aquí adentro en la casa leyendo”, pero me encontré una reflexión de Borges donde afirma que los aventureros, con sus vidas muy intensas y muy llenas de avatares y aventuras, resulta que no se dan cuenta de sus experiencias; quien se da cuenta de lo que ellos vivieron es el escritor que recopila sus vidas. Así, de alguna manera escribir es recuperar las vidas de otros, y de alguna manera también es vivir doblemente. Para un escritor, entonces, una de las gracias de escribir, es que tiene la oportunidad de repensar la vida al mismo tiempo que la está escribiendo; por eso sí, hay mucho de eso, es por hambre de vida, por hambre de experiencia por lo que uno escribe y lee.
—¿Por aquello de que parece ser que cuando estamos leyendo no estamos viviendo, tu experiencia de vida te ha parecido insuficiente?
—No, para nada; todo es relativo, yo creo que una de las condiciones existenciales del hombre es la insatisfacción, todo mundo quiere lo que no tiene, y todo mundo, cuando lo tiene no lo…
—…valora…
—…no lo valora, ahí está el lugar común ese de que hay que perder las cosas para saber lo que uno tiene… en cuanto a mí, creo que mi experiencia de vida no ha sido insuficiente, yo en este momento estoy en una circunstancia en la que me siento muy gratificado con la vida, con lo que tengo; si me pongo a hacer un recuento de lo que he vivido creo que es más que suficiente, sobre todo pensando que todavía me queda por vivir y todavía me queda por escribir, pero lo que pasa es que uno tiene que considerar que la experiencia de vida, para que sea interesante, tiene que ser diferente y tiene que ser fructífera, didáctica, te tiene que enseñar algo, aunque sea malo.
—Eso siempre.
—Tienes que aprender las cosas, tienes que cometer errores, tienes que tener aciertos; yo he cometido los errores suficientes y he cometido los aciertos suficientes para sentir que sí he vivido bien, no sé si podría haber vivido mejor, pero con lo que he vivido sí me siento contento.
—¿Cómo fue tu formación como escritor?
—Fue muy rara la manera en que llegué a ser escritor, yo de chavo pensé que iba a ser pintor o científico o algo así: tenía facilidad para el dibujo y para las matemáticas, para las ciencias exactas, de hecho yo me crié pensando que, para ser alguien en la vida, debías tener una profesión… por eso yo entré a Ingeniería Química, que representaba, supuestamente, una garantía de trabajo, pero ya estando en la escuela de Ciencias Químicas, me encontré con que era una licenciatura de una disciplina muy laxa y todo mundo tenía muchos intereses paralelos, por eso entré a Artes Gráficas, empecé a pintar y también empecé a escribir, luego, hubo un semestre en que me dediqué a puro jugar ajedrez y no entraba a clases, para pasar una materia tenía que conseguir un libro y curiosamente hubo un torneo de ajedrez en el cual primero y segundo lugar iban a obtener un lote de libros, entonces yo le entré, gané el segundo lugar, tuve el libro que necesitaba para pasar y por lo mismo me invitaron a un taller de literatura.
—¿Quién lo dirigía?
—David Ojeda. Ya estando en el taller, yo que venía de pintar y todo ese rollo, me di cuenta de que me parecía más intensa y más interesante la escritura que la pintura, porque yo puedo pintar un cuadro hoy y otro cuadro dentro de dos meses, pero sí puedo escribir todos los días… entonces, de alguna manera ese contacto con la escritura me decidió la vocación.
—¿Y la música, no era también tu vocación?
—Siempre he sido melómano, no soy músico sino melómano: me gusta mucho escuchar la música, me encanta analizarla. Tengo una característica: cuando veo una obra de arte no la veo como un todo, necesariamente, sino que de inmediato empiezo a desmembrarla en partes. Cuando oigo la música, empiezo de inmediato a analizarla. Eso me empujó, por un lado, primero, a hacer un grupo de Rock con mis hermanos, después a hacer música yo solo, para mí es un hobby muy entretenido jugar con los sonidos, pero también yo digo que es parte de la misma literatura. Decía James Joyce que el arte es la manipulación de una materia sensible con un fin estético, y eso hace que todas las artes sean iguales.
—Partiendo de ese principio sí.
—Lo que cambia es la materia sensible, o puede ser el sonido, o puede ser el color, o pueden ser las palabras. Por eso, no es muy difícil para mí pasar de un arte a otra, incluso he incursionado en el video; pero sí, mi idea de la literatura incluye todas las artes, busco una fusión de todas las artes, pero sobre todo trato de hacerla sobre la página escrita de la literatura.
—¿”Jaque Perpetuo”, tu novela, si fuera un edificio sería en forma de espiral?
—Tal vez, una de las cosas que más nos aterran en la vida, es ver la vida como una línea del nacimiento hacia la muerte, es una cosa a la que todos tenemos terror, para la cual siempre hemos encontrado diferentes antídotos. Uno de los antídotos más eficaces consiste en imaginar la vida como un círculo. De ese modo el tiempo no es una línea, la muerte no es un fin, el nacimiento tampoco es un comienzo. Hay ciclos en la vida que se cierran o que no se cierran, etcétera… Esta es la idea que predominó en mí cuando estaba escribiendo este libro: para olvidar ese horror a la muerte, ese terror a la historia, la manera más fácil es pensar que todo esto forma parte de un ciclo… la vida es una pequeña línea insignificante si la pensamos como parte de un círculo, las cosas cambian de sentido: los errores que puedas cometer en el futuro, ya los cometiste en el pasado, y hay que afrontarlos como eso: como algo inevitable. En “Jaque Perpetuo” no sólo exploré la forma circular, porque el círculo te obliga a pensar que las cosas van a suceder tal como sucedieron ya, así que yo prefiero pensar que van a volver a ocurrir pero no como sucedieron antes, sino de diferente manera; más que en espiral, en el libro hay un capítulo que se llama “La cicloide de Morelli”…
—Sí, muy bueno ese capítulo.
—…donde hay una rueda que gira sobre una línea, eso hace que las cosas vuelvan a suceder pero que al mismo tiempo que avancen.
—…que avancen y que sean distintas.
—Que avancen y que sean distintas y que no todas las cosas cambien, hay cosas que no cambian y hay otras que sí se repiten, entonces era un poco la idea que armó el libro: es una idea geométrica que yo la apliqué a la literatura, además de que la cicloide es una curva matemática muy interesante, fascinante.
—Entonces no es un juego que tú inventaste, sí existe.
—Sí existe, esta curva la estudió Blas Pascal, él la analizó de una forma muy interesante, y leyendo a Pascal me di cuenta que era una forma interesante de ver la vida, el tiempo.
—¿Él qué analiza con ésto?
—Pascal era también un poco polimorfo, sus intereses iban desde la filosofía, la teología, hasta la ciencia, esta curva la estudió por pura curiosidad matemática.
—A lo que me refiero es ¿qué está midiendo él? No es el tiempo.
—No, es simplemente una pelota girando sobre una superficie.
—Bueno.
—Es una propiedad de los círculos: cuando giran, hay partes que tocan la superficie, otras partes que no la tocan, etcétera… Pascal la vio como una forma matemática pura, yo la convertí en una metáfora del tiempo.
—Contestada está la pregunta sobre el misterio en ese capítulo.
Volviendo a la espiral, el epígrafe del libro tiene forma de espiral, esa es una forma matemática muy interesante también por sus propiedades. De hecho está relacionada con el número dorado phi, un número que está en todas partes de la naturaleza; a mí también me parece que la espiral es una forma interesante de la vida, nunca llega al centro, pero siempre se está acercando hacia él. El epígrafe lo puse así un poco como un juego matemático poético, una especie de caligrama en el cual el caos y el orden están jugando pero nunca llegan al final.
—Bien. Hablas de la entropía en el primer capítulo de “Jaque Perpetuo”, ¿los capítulos de tu novela son esa energía dispersa?
—Mira, volviendo al tema ese del horror al tiempo, si le tenemos horror al tiempo es por horror a la entropía: la entropía es la energía caótica, es la energía que se dispersa, que no sirve para hacer un trabajo y, curiosamente, la entropía es una energía que siempre va a ir aumentando en el universo y en el tiempo, inevitablemente, hagamos lo que hagamos el universo va de un estado ordenado a un estado desordenado.
—Eso es una ley irrefutable.
—Irrefutable. Eso depende mucho de nuestra concepción del tiempo. Nuestra concepción del tiempo es lineal, vamos del orden mayor al orden menor, del caos menor al caos mayor. Sin embargo si vemos el tiempo de una manera cíclica, encontraremos que es necesario este aumento de la entropía para que sea posible, de vuelta, un nuevo inicio; vista de tal manera, la entropía no se vuelve un principio destructor, sino un principio creador: es necesario que crezca la entropía para que después vuelva a haber un orden posterior. En el primer capítulo la entropía está tratada de una manera directa pero es un tema que está en todo el libro, siempre hay un aumento del caos, del desorden, de la muerte, del dolor, de todo lo que consideramos negativo, pero eso es necesario por el mecanismo mismo de la vida.
—¿Y qué pasa con la literatura desde el punto de vista de la entropía?
—Una de las funciones de la literatura es precisamente crear orden, se supone que en la vida cotidiana hay demasiadas sensaciones, demasiadas experiencias, demasiadas cosas como para que puedan estar ordenadas; la literatura lo que hace es proporcionar un orden; cuando alguien hace un cuento o un poema, lo que hace es ordenar; digamos, en un cuento establecemos un comienzo y un fin, uno, dos o tres personajes, una voz narrativa, etcétera: el autor hace un conjunto de elecciones con las cuales trata de ordenar un acontecimiento, digamos, una muerte. Una persona atropellada en la calle es un acontecimiento fortuito, pero un cuentista puede convertir eso en una obra de arte… ¿cómo? Ordenándolo, dándole un cierto orden. Mi libro, a final de cuentas, representa la búsqueda de un orden dentro del caos, pero enseguida te das cuenta de que este orden va generando también mucho caos, hay confusiones, yo pienso que mi libro, y deberá ser una virtud en ese sentido, más que buscar una explicación para la vida, prefiere confundir las explicaciones de la vida que tú tienes. Pero esa generación de caos, al final de cuentas es parte del sentido. Yo creo que la función más ambiciosa de la literatura es generar horror metafísico, es decir, el horror a la nada, presentarte la nada y el todo frente a frente y que sientas terror ante ello.
—¿Por qué?
—Porque creo que es lo que magnifica nuestra existencia.
—¿Tomar conciencia de la muerte?
—Tomar conciencia de todo esto. Primero, de la inmensidad, del infinito que implica la vida en general: el mundo, el universo, el tiempo, todo eso; segundo, darte cuenta de tu finitud, de que eres un ser perecedero, pero que en esta conciencia perecedera que poseemos es posible que quepa el todo. Eso es lo que provoca, yo digo, el horror metafísico: la muerte no tuya, la muerte en general, enfrentarte a esto es lo que genera el horror metafísico y yo creo que una de las funciones de la literatura sería de alguna manera enfrentarnos con esto, ¿por qué? pues no sólo para hacerlo tolerable, sino para de alguna manera engrandecernos, saber que en tu pequeñez eres capaz de concebir todo eso, es una manera de engrandecer al ser humano. Creo que por eso la función de la literatura no es precisamente consolarte o darte buenas vibras sino más bien al contrario, angustiarte.
—¿Si te angustias alcanzas a vislumbrar que tú también puedes ser infinito como el universo?
—Volviendo a James Joyce, que como te darás cuenta es uno de mis escritores favoritos, él decía que en el instante, en determinadas circunstancias, es posible encontrar lo infinito, encontrar lo eterno; él llamaba a estos momentos “epifanías”.
—Sí, de acuerdo.
—Hay un momento en el cual tú ves esta manzana sobre esta mesa y descubres que eso te revela algo mucho más trascendente que la simple manzana sobre la simple mesa, entonces yo creo que también en ese sentido la función del arte es encontrar o propiciar esas epifanías: en el instante cabe el infinito, eso hasta matemáticamente se podría demostrar.
—Debe ser muy complicado.
—No, no es muy complicado: simplemente, el infinito es un conjunto de partes, cada una de las cuales es infinita, por lo tanto el instante es infinito, como una de las partes del todo.
—No dejo de pensar que es un bonito juego de palabras.
—Más bien yo diría es un aterrador juego de palabras. Piensa por ejemplo en este momento, en cuántas cosas están sucediendo ahora y en todo el universo; si el universo se congelara ahorita mismo, en este momento y te dedicaras a explorar todo el universo encontrando todas las cosas que están sucediendo en este momento, te la pasabas toda la eternidad explorando un solo instante.
—Yo creo que sí.
—Entonces el instante es infinito.
—Eso lo demuestra. ¿Por qué en tu novela utilizas dos veces una frase: “el gruñido de un perro en un sagrario”, es un disparador, es una especie de epifanía?
—En cierta manera, es una imagen que se la debo a un amigo, en una plática estuvimos comentando que hay lugares donde ciertos sonidos, ciertas cosas resultan familiares, hay otros sonidos que resultan incómodos y hay otros sonidos que resultan inquietantes, pensando en ese tipo de situaciones, en un sagrario, en una iglesia, en un lugar sagrado, oír un perro gruñir sería inquietante porque el perro tiene en ciertas ocasiones connotaciones incluso satánicas, oír a un perro que esté gruñendo en un sagrario, en un sitio consagrado a la meditación, a la oración, tendría que ser inquietante.
—Pues sí.
—De allí surgió la imagen, nada más.
—¿Estás de acuerdo con uno de los personajes de tu novela cuando dice que “el alma es un apéndice del cuerpo”?
—En cierta manera, mira, yo soy un desertor, fui seminarista y deserté; una característica que tienen los desertores es que nunca dejan totalmente de desertar: el soldado que deserta del ejército siempre formará parte del ejército, aunque sea como desertor.
—¿Sigues desertando, de qué desertaste en concreto?
Ahorita voy a hablar por ejemplo de mi deserción de la fe: yo cuando dejo de creer, más bien, la fe me abandona, porque llega un momento en que digo “esto no puede ser cierto, no puedo creer yo en esto”.
—¿Los dogmas?
—Los dogmas de la iglesia en lo particular; por lo tanto, dejé de ser un hombre religioso y me volví más bien...
—Espiritual.
—Espiritual en el sentido de que, a mi parecer, no tendría ningún sentido este universo si las cosas no aportaran un sentido; entonces ese sentido es lo que yo llamaría el espíritu.
—De acuerdo.
—El hecho de que los hombres existamos implica que tengamos un sentido, un espíritu, lo que sí yo creo también es que este sentido tiene que desaparecer con el cuerpo, o sea, yo no puedo creer en un alma inmortal, porque me resulta una idea inasible, tanto a la razón como a la intuición; ni siquiera puedo imaginar eso, pero yo pienso que cuando vivimos y estamos activos si existe un alma, un espíritu, algo que va más allá de la materia pura, que está fincada en la materia, como el significado en las palabras: una palabra está escrita sobre un papel, pero tiene un sentido más allá de la simple grafía. Yo pienso que el alma es algo similar: el alma es un apéndice del cuerpo, como el sentido de una palabra es un apéndice de la misma palabra: la palabra está allí, pero tiene algo más que no está allí. Eso es lo que creo: sí hay algo espiritual en el mundo, en las cosas, pero también es temporal y depende de las cosas.
—Es algo que va en los dos sentidos, no uno solo, si algo existe, tiene un sentido, si el cuerpo existe… pero, creo que de algún modo contestaste una pregunta que hace un rato tenía precaución de hacerte, y es una pregunta muy personal, ¿Alguna vez te has preguntado para qué estamos aquí?
—Sí, claro, es una de las preguntas básicas del ser.
—¿Y cuál fue tu respuesta?
—Esas son preguntas cuya respuesta nunca es terminante: la respuesta a esta pregunta no termina la pregunta, el hecho de que yo en algún momento sepa para qué estoy aquí, “estoy para esto”, eso no implica que la pregunta se haya terminado, ni la respuesta es definitiva, creo que es una pregunta que siempre está en movimiento.
—Porque nosotros siempre estamos en movimiento.
—Sí, más bien si nos preguntamos “¿para qué estamos aquí?”, la respuesta es “para buscar por qué estamos aquí”. Esa es una respuesta, un poco un juego de palabras.
—No, pero válida en este momento.
—Por ejemplo hace rato te decía que en cierta manera soy una persona contenta con lo que he vivido, porque de alguna manera yo sí siento que ya le di una finalidad a mi vida, puedo ser un mal escritor, pero soy escritor.
—¿Es lo que más te ha satisfecho de todas las actividades que has tenido?
—Sí, creo que a final de cuentas sí, porque no soy solamente un escritor, alguien que escribe, sino también alguien que enseña la literatura y que muestra a los demás la literatura. De hecho mi profesión como maestro de literatura me ha dado muchas satisfacciones, y como estudiante, creo que en la literatura he encontrado muchas cosas que responden, al menos provisionalmente, mis preguntas. Y el hecho de que ahorita tenga una finalidad ya clara en mi vida, me evita muchos problemas y muchas angustias. Aunque a veces me pregunto si mi libro, por ejemplo, como hace rato decías, es bueno sólo porque lo publicó Editorial Era, pero ¿quién sabe?
—¿Pero tú sabes que es bueno, no, aunque lo haya publicado Era?
—Yo sabía que era bueno, yo tenía confianza en él, pero tenía muchas dudas y sigo teniendo muchas dudas con él.
—¿Una vez publicado, lo corregirías?
—No, no lo corregiría.
—¿Cuáles son las dudas?
—La principal duda es ésta: que de alguna manera creo que, en cierto momento cuando lo estaba escribiendo, sí me olvidé completamente del lector. El proyecto así lo exigía. Yo tengo mis dudas en el sentido de qué tan válido es olvidarse tan drásticamente del lector. A veces hay que pensar también en él. Incluso por ejemplo, ahorita mi principal proyecto va en ese sentido, de pensar más en el lector.
—¿Por qué?
—Como proyecto, como reto.
—Buen reto.
—No pensar en cualquier lector, claro. Por ejemplo, acabo de terminar una novela policiaca, me divertí mucho escribiéndola, se la di a leer a un amigo y me dijo “es que las palabras en inglés, todo lo que está en inglés hay que ponérselo en español”, a mí se me hacía absurdo porque uno de los personajes precisamente habla como Tin Tán y él mezclaba español e inglés; cuando le pregunté a mi amigo por qué debía traducir estas partes él me dijo que solamente el cinco por ciento de la población mexicana domina el inglés… por tanto, pues a la mejor debo resignarme a escribir para ese cinco por ciento. Yo no busco un lector mayoritario, quiero pensar de alguna manera en jugar más con el lector, en este libro estoy jugando más con mis personajes y conmigo mismo que con el lector, quiero buscar una literatura que juegue con el lector, que el lector también cuando este leyendo sepa que estoy pensando en él, que sepa que está metido en la trama.
—¿Alguna vez te pasó, al momento de escribir, como a Rael (tu personaje), que se peleaba con Nietzche y Hölderlin salía a defenderlo? Eso es fabuloso.
—Yo creo que todo mundo nos peleamos con nuestros autores, cuando estamos leyendo a veces nos peleamos con el libro, a mí me ha pasado varias veces que de repente estoy leyendo a un autor y hasta aviento el libro.
—Sí a mi también, y conste que se trataba de escritores muy queridos por mí.
—Uno le pregunta al libro que lee, “¿Por qué me dices esto?” Pero de repente me acuerdo de otro autor, precisamente, y ya empiezo a comprender y ya me reconcilio con el autor.
—Pero sí necesitas un tercero, que llegue a arreglar las cosas.
—Es una de las aventuras padres de la literatura, cuando el autor dialoga contigo, por eso hay que pensar más en el lector quizás. En ese sentido pienso que la literatura puede ser una experiencia vital tan importante, tan intensa como cualquier otra, un poco este libro refleja esta pasión, es un libro sobre otros libros.
—¿Eso crees?
—Sí. Es como escribir un libro sobre el amor o un libro sobre la literatura.
—¿Hubo algún capítulo en particular en el que te hubieras dado permiso, más que en los demás, de hacer algo que tú quisieras, lo que sea?
—Con este libro tenía muchas dudas de que alguien se animara a publicarlo, cuando Era se animó, me sentí feliz porque es una editorial que yo respeto, porque es una editorial que se toma esos riesgos de publicar libros difíciles, pero cuando yo lo estaba escribiendo no estaba pensando en eso, estaba pensando en excesos, sí quería hacer un libro excesivo. Salvador Elizondo uno de mis autores favoritos, decía que la literatura debe tratar siempre de ser una escritura terminal, una escritura más allá de lo cual no sea posible escribir, hay un par de capítulos en este libro en los que yo sí quería ser radical.
—¿Cuáles son?
—“Así cayó Zaratustra” y “Helena y el pez podrido”, en el primero, el protagonista está escribiendo una ópera, en el capítulo original estaba toda la ópera completa, y además tenía planes de poner partitura de la ópera.
—¿Empezaste a hacerla?
—Sí, pero tuve la fortuna de que conté con buenas asesorías y me dijeron no, a veces es mejor sugerir que mostrar.
—Exacto.
—Si muestras una parte de la ópera, resultaba más sugerente que si la mostrabas toda, y si le pones la partitura se va a ver pedante. Quise luego poner un epígrafe musical, pero al final quedó así, difícil, denso.
—Difícil no: denso.
—Sobre todo porque implica manejar ciertos referentes.
—Muchos, en filosofía.
—Sí: Empédocles, Hölderlin, etcétera. De todos modos, la intención original del libro era eso: ir hacia los extremos. Y con “Helena y el pez podrido” me la pasé casi seis meses leyendo procesos inquisitoriales, historia de la Nueva España, yo quería hacer un capítulo donde fuera todo el país y toda la historia, así que me puse a estudiar la gramática del siglo diecisiete, que para mí era un reto personal, en ese momento no pensaba en el lector, el lector era yo, yo quería escribir algo que me satisficiera a mí.
—¿Tu tesis que estudia la obra de Salvador Elizondo está publicada?
—No.
—¿Te atreverías a publicarla?
—Sí, pero no, no como está ahorita. Uno de los problemas con los que se enfrentan algunos alumnos de doctorado, cuando son literatos, consiste en que no pueden escribir con lenguaje académico.
—¿No pueden?
—Porque siempre se ponen muy poetas. A mí me parece, en cambio, que el escritor debe poseer la capacidad de manejar cualquier tipo de lenguaje. Yo debería saber redactar un boletín de prensa de gobierno del estado, o inventar el diario de una niña, lo que yo quisiera. En ese sentido, cuando yo hice mi tesis de doctorado me dije, voy a escribir con lenguaje perfectamente académico que convenza a mis asesores, que convenza a todo mundo, pero esa tesis no es para publicar, es para obtener un grado. Ahorita uno de mis proyectos a mediano plazo consiste en convertirlo en un libro de ensayo literario, donde para empezar, no habrá citas textuales ni notas al pie de página: puro texto. Obviamente tengo que citar al autor, a otros autores, pero lo mínimo posible. Sin embargo me ha resultado muy difícil volver a esa tesis porque le dediqué mucho tiempo, estuve como dos años escribiéndola, nada más metido en ese tema, que por cierto antes estuve haciendo este libro, lo terminé y luego ya me pasé a escribir la tesis, creo que sí hay muchas correlaciones entre mi novela y mi tesis, sobre todo, por ejemplo, en el modelo de lectura que te pone Elizondo: mi novela le debe mucho a ese modelo de lectura; lo cierto es que ahora cuando he querido retomar esa tesis, la leo y la leo y no sé qué moverle, entonces necesito algún estímulo de alguna manera para poder tomarme el tiempo de escribirla, porque creo que sí es importante porque Elizondo es un autor muy poco valorado. Uno de los grandes errores que se cometieron aquí en Guadalajara es que nunca le dieron el premio Juan Rulfo y nunca se lo podrán dar ya. Es una injusticia como se han cometido muchísimas, y en realidad es el escritor más importante de su generación: es el único escritor que realmente pensó en la escritura aquí en México.
—Yo creo que no se acercaba mucho al lector, precisamente.
—Más que buscar el lector, él trataba de crear un lector.
—Le exigía mucho a nivel intelectual.
—Hay una anécdota que cuento en mi tesis que se me hace muy sintomática: una vez, estábamos platicando dos elizondianos: Gabriel Bernal y yo, cuando llegó Jaime Moreno Villarreal, se puso a escucharnos y luego agregó: “los lectores de Elizondo son muy raros, para empezar son muy pocos, y como que tienen una especie de secta cuyas reglas son tan difíciles que en realidad ninguno merece estar en esa secta, ni siquiera el mismo Elizondo”, y eso es cierto, es un escritor muy difícil, es muy misterioso, un autor que sólo existe para unos pocos; ahí choca un poco con la idea de literatura que tenemos de que debe ser así universal, popular.
—No necesariamente.
—También hay una literatura elitista en el mejor sentido de la palabra, para iniciados, entonces Elizondo es un escritor para eso, para iniciados.
—La pregunta es cómo iniciarse en la secta seguidora de Elizondo.
—Leyendo a Elizondo, leyendo correctamente a Elizondo.
—¿Cuál es la manera correcta de leerlo?
—A mí me cabe el orgullo de que, durante los cursos que he dado sobre Elizondo en Maestría, la mayoría de mis alumnos, se han interesado en él. Creo que sí hay cierta manera correcta de leer a Elizondo, yo no lo leí así, yo lo leí como todo mundo, de una manera muy anárquica, así, lo que te va cayendo, pero a partir de eso empecé a ver que sí hay una propuesta muy sólida, es de los pocos escritores que puedes decir que tiene una obra completamente integral, no le sobra ni le falta nada, por ejemplo Carlos Fuentes es un gran escritor pero le sobran muchos libros.
—Pero a Elizondo si le faltan ¿no?
—No, mira, yo creo que alguien se podría pasar leyendo toda la vida la obra de Elizondo, es una escritura muy compleja, muy laberíntica, pero es muy consecuente consigo misma. ¿Qué le puede faltar? tiene tres novelas muy buenas, libros de cuentos tiene muy buenos ensayos.
—¿”Farabeuf”, qué otras novelas?
—“El hipogeo secreto” y “Elsinore”, ésta es la última, y es muy buena para empezar a leer a Elizondo, es la más tranquila, la más ortodoxa de todas.
—Parecen memorias.
—Sí, parecen memorias. Es también bonito de él que es de los pocos escritores mexicanos que se convirtió en personaje de sí mismo.
—Si.
—Es muy interesante eso.
—¿Te parece?
—Obviamente es mentira, son mentiras muchas de las cosas que él cuenta sobre sí mismo, pero lo mismo hacemos con la realidad, ni el escritor más realista cuenta siempre la verdad. Él por ejemplo asumía mucho esa paradoja de Epiménides el cretense que dice: “Todos los cretenses son mentirosos, yo soy cretense, por lo tanto estoy diciendo una mentira”, esa es una paradoja, si estoy mintiendo digo la verdad, si digo la verdad estoy mintiendo; él decía que quería elevar la mentira a la altura del arte, y en realidad es una de las cosas que siempre tenemos que hacer.
—Los escritores sí, claro.
—También me gusta por eso Elizondo, porque ahorita existe una especie como de privilegio de la literatura realista, “la literatura tiene que hablar sobre la realidad” pero ¿por qué? la realidad está allí en su lugar y ya, acá es otra cosa, no podemos poner a la literatura al servicio de una cosa externa a ella.
—No, jamás.
—La literatura está al servicio de la literatura y punto.
—¿Quiénes privilegian el realismo en la literatura?
—En el mercado editorial, los lectores privilegian acríticamente, es decir, sin pensarlo, la literatura realista, que debe hablar sobre el sistema político mexicano o sobre la condición de la mujer, o sobre la explotación de los niños.
—Estoy de acuerdo contigo en que la literatura sólo debe estar al servicio de sí misma, es decir de convertirse en un arte. ¿Pero los temas?
—Yo te digo esto porque es la situación con la que me he enfrentado yo como escritor cuando quiero publicar mis libros.
—Ya entiendo.
—Ahorita si vas a una editorial comercial lo que quieren, es que hables sobre una historia de amor de un campesino que se enamore de una… no sé, sobre cosas que tengan referentes reales ¿por qué? porque la gente ya no necesita pensar más allá, la gente ya tiene los referentes inmediatos y lo lee sin leer.
—¿Estás de acuerdo entonces con José Joaquín Blanco cuando dice que el lector está muy cómodo leyendo cosas con las que puede coincidir?
—Sí, al lector le encanta eso, le encanta que el autor piense como él, le incomoda cuando el autor no piensa como él.
—Por eso tú sí te propones perturbar.
—Sí. Para empezar, el realismo es imposible, no es posible decir la verdad sobre las cosas.
—¿Porque la realidad es yuxtapuesta, mezclada?
—Sí, la realidad depende de la perspectiva desde la cual sea mirada, depende de muchas cosas, no hay una verdad realmente.
—Para empezar.
—Decir la verdad es la mentira más falaz y más malintencionada que puede haber.
—¿También se hace por ingenuidad, no?
—Sí, también, pero muchas veces no, existe un afán de verdad… por ejemplo, veamos ahora a los candidatos a la presidencia, todos dicen tener la verdad y todos sabemos que ninguno la tiene, si se lo creemos estamos pecando de ingenuidad, como tú dices, pero ellos no lo dicen con ingenuidad, ellos mienten deliberadamente, mienten diciendo que dicen la verdad, en cambio es más honesto el escritor que miente diciendo que está mintiendo. Creo que la posición más honesta es decir “yo hago literatura, por lo tanto yo digo mentiras, por lo tanto esto es un juego, es un artificio”.
—¿Tu “Carpe Diem” es la Literatura?
—Pues sí, lo que pasa es que eso de vivir aquí, vivir el instante, aprovechar, a mí se me hace un poco ambiguo, si nos ponemos a ver el instante no existe, el presente no existe.
—¿Ambiguo o ingenuo?
—No es ingenuo, creo que sí es importante el presente, creo que sí es importante el momento en el que estamos viviendo, pero el momento que estamos viviendo está lleno de pasado y lleno de futuro, por ejemplo yo estoy aquí ahorita contigo, pero yo no estaría aquí contigo si no hubiera escrito este libro, si no me hubiera formado en literatura…
—…si no fueras en la noche a presentarlo…
—Sí, etcétera, y además uno piensa seguir escribiendo. Pienso que sí, yo te decía hace un rato que la literatura a mí me ha dado una finalidad en mi vida: el hecho de saber que debo crear, incluso si ya no tuviera ahorita cosas que contar, no tuviera ninguna cosa, todavía tengo que enseñar literatura, todavía tengo que dar mis clases, todavía tengo que leer muchas cosas; entonces yo, en ese sentido, resolví mi vida vocacional; mi vida existencial es un desmadre, pero eso es otra circunstancia, es otra finalidad, pero creo, de todos modos, que incluso la finalidad vocacional te ayuda a resolver las dudas existenciales… como sea, yo puedo ser un hombre infeliz o no, pero soy un escritor, malo o bueno, de todos modos estoy aquí, ya estoy haciendo, creo que es lo importante.
—¿Tú que eres maestro crees, como decía Ricardo Garibay de su maestro Erasmo Castellanos Quinto, “el maestro es el mentor, es el que instaura el espíritu en el alma del otro”, así?
—Sí, en cierta manera sí. Te confieso que cuando empecé a dar clases de literatura sí me sentía muy inseguro, sentía que me faltaba saber mucho, yo no llevé una licenciatura en letras, ahorita mis alumnos si llevaron una licenciatura en letras, honestamente ellos tienen mucha más información que yo.
—¿Cómo llegaste a ser maestro de Maestría?
—Por lo que había leído y por lo que había escrito, por todo eso; tengo huecos de información que los he llenado como he podido.
—¿Eres autodidacta entonces?
—Llevé un año de taller para formarme como escritor, con David Ojeda, de quien se puede decir que es mi Mentor, además él es antiacadémico. Lo que me di cuenta es que a final de cuentas lo que importa en los alumnos no es dar información sino formar, formación en vez de información. Creo que en ese sentido me he encontrado con que mis alumnos me respetan mucho. Un alumno que estuvo conmigo hace diez años sigue siendo ahora mi amigo. Ya me di cuenta que la relación maestro alumno no se quedó en el aula, sino que continuó después. Eso es también una finalidad en la vida, la necesidad de ser mentor de ellos.
—¿Tu vocación es ser maestro o ser escritor?
—Yo digo que ser escritor, porque a final de cuentas el ser maestro es consecuencia de ser escritor.
—Te lo pregunto porque mencionaste que si no tuvieras nada que decir tendrías que dar clases.
—Igual, si ya no tuviera que dar clases, seguiría escribiendo, seguiría leyendo.
—¿Alguna vez te pasó eso de que te quedas sin qué decir?
—Sí, hay momentos graves, hay un libro de Salman Rushdie que se llama “Harum en el mar de las historias”, y precisamente al papá de Harum se la acaba el mar de las historias, ya no tiene ideas que contar… ese sería el momento más angustioso en la vida de un escritor, el momento en que descubra que ya no tiene nada que escribir. Yo sí he pasado por momentos en los cuales me digo, “¿y ahora qué?”. Precisamente eso dije cuando acabé este libro, pero siempre pasa algo, uno tan metido en esto, que de alguna manera puede hacer pausas, pero en realidad siempre viene algo que te catapulta una historia de inmediato. Yo por ejemplo te podría decir que me salvaron mis sueños, a partir de que escribí este libro empecé a tener sueños tan completos que eran cuentos, ya nada más tenía que levantarme de la cama a escribirlos, pero era por lo mismo de estar pensando y pensando.
—Por la dinámica que llevabas.
—Mientras no me duerma en mis laureles y me ponga a vivir en la farándula o en la bohemia… porque también se necesita disciplina, se necesita estar uno siempre pensando como escritor.
—¿Cómo piensa un escritor?
—Pensar en palabras, por ejemplo.
—¿Todos pensamos en palabras, no?
—Sí, pero pensar “dentro” de las palabras, por ejemplo, cuando oyes una frase, cuando ves una situación, siempre la estás pensando transformada en palabras.
—¿Tu sentido del oído es más sensible que tus demás sentidos?
—No sé, tengo buen oído para la música pero no tengo buen oído para los idiomas. Me interesan mucho los idiomas, ahora estoy estudiando, pero lo cierto es que no tengo facilidad.
—Te lo pregunto de una manera puramente física.
—Sí si, el problema no radica tanto en los sentidos, como sabemos los sentidos son, cada uno, una terminal de nuestro cerebro, y lo que hay que tener atento es la conciencia.
—Eso es pensar como escritor.
—Sí, quizás, pero entonces esa conciencia la viertes en palabras, sientes una sensación con el tacto y de inmediato la estás queriendo transformar en palabras, quizás eso sea pensar como escritor. Pero más aún pensar las palabras por sí mismas. Cuando estaba escribiendo este libro, yo siempre escribo “consciencia” con “sc”, y decían, “no, es que debe ser con c”. Pero no, en latín es con sc, ¿quién le quitó la “s” a la “consciencia”, los godos o los visigodos, quién diablos se la quitó? Así es etimológicamente, así quise que estuviera en mi libro, “pero –decían- que es muy conservador”, es conservador pero es etimológicamente correcto.
—Es como escribir obscuro con b.
—Obscuro con b es más enigmático que sin b, y a mí me parece que consciencia es más exacto con sc que con c.
—Bueno, ya diste la explicación.
—Yo pienso que así, pensar con palabras y pensar las palabras en sí mismas, por ejemplo una vez un escritor en uno de sus cuentos decía “Fulana de tal se sacó el as de la manga”. Yo le dije: “ese es un lugar común ¿por qué no dices se sacó un as de la tanga?, sólo le cambias una letra y la imagen cambia radicalmente”.
—Absolutamente.
—Creo que también es pensar las palabras fonéticamente, sólo le quitó una letra, suena diferente y significa totalmente otra cosa. Torcer los lugares comunes es pensar las palabras también.
—Pensar las palabras, tener la consciencia alerta, nada más porque tu medio de expresión son las palabras aunque, me dijiste algo muy interesante: todas las artes son materia sensible… ¿Cómo era?
—“El arte es una manipulación de la materia sensible con un fin estético”, lo dijo James Joyce.
—Y las palabras pueden ser la materia sensible, los sonidos de la música, los colores de la pintura… También vi mucha pintura en tu libro.
—Tengo esa capacidad de pensar en diferentes registros, tengo una buena formación gráfica, estética, visual, de alguna manera también sostengo una carrera como artista gráfico.
—¿Has expuesto?
—No, pero hago mucho cartel, portadas de libro, portadas de discos y en cierta manera también tengo alumnos en esa área. Sobre todo tengo facilidad para manejar la imagen y la música en computadora. Eso es un poco eso de ver la materia sensible y transformarla. No sé si sería mejor concentrar toda la energía en la escritura, pero tengo el pensamiento complejo, como le llaman algunos pensadores.
—¿Qué bueno, no?
—A veces es contradictorio, es angustiante, digamos.
—¿Por qué?
—A veces, ¿a poco no? el inocente es más feliz que el malicioso.
—¿Tú crees?
—Quien ve las cosas totalmente simples es más feliz que quien las ve demasiado complejas. Pero a mí me gusta esa capacidad de diseccionar la realidad, sea sonora, auditiva, sea lingüística, sea lo que sea, siempre estoy envuelto en un montón de silogismos, pero es parte de la experiencia vital. ¿no?
—Claro. ¿Qué sigue, qué nuevo libro publicarás después de “Jaque Perpetuo”? Terminaste tu novela policíaca.
—Tengo en el cajón mi tesis sobre Salvador Elizondo, un libro de poemas raros, la novela policíaca y una novela erótica, que es la más atrasada de todas. A mí me gustaría publicar primero la novela policíaca, que ya está terminada y está bien hecha.
—¿Se llama…?
—“Corazón de mierda”.
—Muy policiaco.
—Muy negra.
—¿Alguna influencia de Rubem Fonseca?
—No. Me gusta Rubem Fonseca pero no. Hace rato que comentábamos de cuando se va la inspiración, cuando estaba en un momento así, me invitaron a hacer un cuento policiaco sobre una historia real y me puse a investigar, empecé a leer, sí hice el cuento pero cuando lo acabé y lo entregué para una antología, me quedé con mucho material extra… así que me propuse convertirlo en novela, quitándole todo el realismo y todas esas cosas, hice una novela muy juguetona donde es un poco la novela policíaca pero también la novela picaresca, el narrador es un pícaro que vive en este mundo del crimen organizado, de la cárcel y todo este rollo, fue una cosa muy divertida y además con dobles sentidos.
—¿Muchos sentidos?
—No es una simple novela realista, tiene más juego. Sí es un artificio.
—¿Hay metafísica en tu novela policiaca?
—Si, en cierta manera, sobre todo lo que hablábamos hace rato de la verdad y la mentira, que son categorías metafísicas… por ejemplo el protagonista es un mentiroso descarado, es más, admira a las personas que saben mentir, saber mentir implica ser verosímiles, entonces nunca sabes si es verdad lo que te está diciendo o si es mentira, es parte del juego. Puedes pensar que todo fue mentira o todo fue verdad. Es la novela que tengo allí, lo que pasa es que sí es una novela que en cierta manera es justamente todo lo contrario de “Jaque Perpetuo”.
—¿O sea que es muy divertida?
—Sí, es muy divertida, ¡ah, ya lo dijiste, mira! ““Jaque Perpetuo” no es nada divertida”.
—No es que no sea divertida, es que sí es angustiante de repente.
—Yo digo que la función de la literatura no es divertir.
—Pero ¿por qué te pusiste a hacer una novela divertida? Porque tú te divertiste.
—A veces también hay que obedecer al momento, el “Carpe Diem” que tú decías hace rato.
—Bueno.
—Me tardé cinco años en escribir “Jaque perpetuo”, la policiaca me tardé tres meses. Tienen el mismo número de páginas, yo te puedo decir que las escribí con el mismo rigor: hice esquemas, hice un montón de preparación, me puse a leer, me puse a ver películas del cine mexicano, me puse a releer novelas como “Chin Chin El Teporocho” o “El complot Mongol” para empaparme del lenguaje… creo que en esta novela lo principal es el lenguaje, es difícil escribir una novela como hablaría un chilango de los años cincuenta, ¿verdad? Allí existe el reto, lo asumí a fondo y creo que está bien logrado en ese sentido. Ahora mi principal proyecto es otra novela que tentativamente se llama “Ciudad Simulacro”, pensada en función de la música, hay una sonata de Beethoven que tiene una estructura es muy narrativa, empieza la orquesta y luego viene el piano, luego la orquesta, luego el piano, luego se mezclan las dos, luego las dos se contradicen. Empecé a concebir una novela con esa estructura: va a tener tres movimientos, como una sonata; va a tener dos voces, una en el “yo” y otra en el “él”; cada capítulo va a tener un personaje; cada capítulo van a narrar cuarenta minutos de vida, de tal manera que empiece la novela a las siete de la tarde y termine a las nueve de la noche, sin cortes comerciales y con veinticuatro personajes, con la intención de que cada personaje tenga su propia historia y se vaya desarrollando allí.
—Eso no cabe en dos horas.
—La intención es que sí, lo que pasa es que con esta experiencia de la novela policiaca creo que sí puedo encontrar un tono en el cual sea tramposamente fácil el lenguaje, es decir, algo que sea fácil de leer, pero que no sea fácil de comprender.
—¡Falacia!
—Sí, hay que especializarse en la falacia.
—Bueno, ¿ya me dijiste que “Jaque Perpetuo” sí es una “máquina para crear un sinsentido deslumbrante”?
—Sí. Algo así.
—Se me ocurrió en algún momento de la lectura de tu novela que podría llamarse “El espectro cromático de la entropía”, pero es horrible ¿verdad?
—Es otra imagen: no… precisamente las cosas, entre más podridas estén, tienen colores más bonitos.
—Eso está lindo para terminar. Gracias Gonzalo Lizardo.

domingo, 19 de julio de 2009

De la escritura como una forma de Humanismo - Entrevista a Eduardo Lago

Cinco y media de la tarde, entré a esta reunión que han dado en llamar "El placer de la Lectura", pero, he de confesarlo, mi presencia obedeció a razones erráticas más bien, estuve en ese lugar porque necesitaba escribir en mi agenda/diario y no encontré un lugar más pacífico que esas sillas dispuestas como para escuchar algo muy importante. Fue así que sin querer conocí a un señor español que llegó esa tarde con otro señor de nombre Benito Taibo, y se sentaron ambos frente a mí y a una veintena de preparatorianos que estaban allí, debí entonces detener mi escritura y escuché una frase que funcionó como mandala por las dos horas restantes: "Transformar el dolor en belleza", palabras que dijo el señor de nombre Eduardo Lago, de quien me enteré no sólo que escribió la novela "Llámame Brooklyn", ganadora del prestigioso Premio Nadal de España en 2006, sino que es el Director del Instituto Cervantes en Nueva York, pero no sólo eso, sino que empezó a publicar a los cincuenta y dos años, que es gran admirador del escritor irlandés James Joyce, y que escribió un estudio sobre las traducciones al español del volumen titulado "Ulises", de este autor, además, ese ensayo le hizo merecedor al premio de Crítica Literaria Bartolomé March en el año 2001.
Supe también que Don Eduardo, nacido en 1954 en Madrid, no recuerda cual fue el primer libro que leyó, ni tampoco a su primer amor, lo cual no es impedimento para que sea un hombre de gran calidad humana.
Pero no nos adelantemos, ya que mi ángel de la guarda y yo hemos tomando al toro por los cuernos y nos sentamos frente a la máquina para contarle al "siempre improbable lector" (como decía Borges) que nos lanzamos al stand de la editorial Planeta para apersonarnos con una linda chica de nombre Mari Jo, la cual nos regaló esta hermosa novela "Llámame Brooklyn", y nos acompañó a preguntarle al mismísimo Eduardo Lago, quien salía del salón tres de la fil luego de presentar esta obra, y al cuestionarle si quería que yo lo entrevistara, este señor nos dijo que sí y fue de ese modo que transcribo sus palabras hoy aquí y ahora, sólo para dejar constancia de un par de cosas que me parece importante comunicar:

G.A.- Tengo el privilegio de hacerle hoy esta entrevista, creo que ayer llegué a conocerlo un poco, cuando nos dijo la edad en que empezó a publicar, lo cual me parece la característica más importante de Usted como escritor, y ya dijo por qué, pero le pregunto, ¿tenía miedo de ser un escritor mediocre?

E.L.- Sí. También. Es la pregunta que hay que hacer. Decía Roberto Bolaño, quien hablaba del miedo a ser malo, que siempre hay esa inseguridad, que la tienen quizás los más grandes también. ¿Cómo podría articular una respuesta inteligente y a la vez sincera? Era como que la literatura era algo mío, además hay muchos escritores, muchos creadores que han muerto sin que se conozcan sus obras y después se han reconocido, y para ellos, claro, no hubo una satisfacción, como no la hubo para Van Gogh que murió sin haber vendido un cuadro, o para Vermeer que es uno de los grandes pintores de la historia de la humanidad, de quien se dice que cuando murió, su mujer le tuvo que dar un cuadro al panadero, para pagar una deuda que había contraído y, muchísimos más que los han encontrado muertos con los libros debajo la cama; muy al principio hay una reflexión sobre esto en la novela ("Llámame Brooklyn"), que cuenta la historia de un escritor, que como Kakfa, pidió que destruyeran sus escritos, de manera que yo creo que se trata sólo de una relación auténtica con un material, yo creo que eso es lo que permite que uno escriba cosas de verdad, entonces, no había nada de anómalo ni nada raro, y por milagro salió el libro. Ahora, ¿qué cambió?, pues cambió que, como me decían mis amigos, ¿por qué no compartes esto con los demás?, pero hay algo de traición y de impureza en publicar, y en entrar a la feria de las vanidades, como la Feria del libro, la feria de las editoriales y entrar con los agentes y demás consideraciones comerciales que, por otra parte, ya son muy importantes para mí, porque lo que uno quiere es que a uno lo conozcan, que a uno lo vean, lo quieran, como se dice normalmente. Siento que había cierta pureza en mi actitud anterior y esa pureza se ha perdido hasta cierto punto, porque tienes que estar con escritores que no son buenos y venden mucho, y además ninguno sabe que no es bueno, todos piensan que son muy buenos.

G.A.- Y están publicados sus libros.

E.L.- Sí, y me siento a la mesa con ellos y son simpáticos, buenos amigos, entonces la escritura es muy complicada, mi relación con la escritura es muy complicada muy contradictoria, entonces digamos que hay un antes y un después, hubiera estado bien haberse muerto sin ser conocido ni nada. Ahora yo soy uno más que quiere publicar y toma las medidas necesarias para que las cosas salgan bien, para que lo traduzcan, para que lo conozcan, pero algo se ha perdido sin duda ninguna, lo único importante es que la obra sea auténtica, y eso sí que procuro hacerlo, eso sí que lo hacen muchos de mis autores amigos, por eso, aparte, no hay que exagerar, tampoco se trata de decir que sea la única actitud posible la mía; me parece muy bien lo que hacen los demás, al final quien tiene la última palabra es el lector; ahora, también entre los lectores hay que distinguir, hay lectores que les gusta leer tonterías, libros de autoayuda, de astrología y novelas malas, que son las que entienden, bueno, pero para todas tiene que haber sitio, en ese sentido, sí que me gusta la Feria del Libro y todo lo que hay alrededor de ella.

G.A.- ¿Tú crees en el carácter sagrado de la palabra entonces?

E.L.- Sí, ya tiene mucho que no está de moda, pero creo que sí, hace poco estábamos en un programa de televisión (había varios poetas) yo contesté a una pregunta: ¿el poeta tiene que vivir de una manera distinta, es un ser distinto?, yo digo que sí, el poeta es un ser tocado por los dioses y por los demonios a la vez, entonces tiene un destino, y tiene que vivir conforme a ese destino, eso quiere decir que el poeta no puede ser panadero, o bueno, si puede, pero panadero loco, así que la respuesta es que sí.

G.A.- ¿Escribir "Llámame Brooklyn" cambió tu vida?

E.L.- Publicarlo sí. Escribirlo también.

G.A.- Me refiero, precisamente a ese momento, antes de que entraras a la dinámica de la publicación, ¿eras otro antes y después de haberlo escrito?

E.L.- Bueno, es que hay varias fases aquí: Primero surge una idea, la idea va cobrando forma en mi cabeza, va abriéndose paso durante años, voy escribiendo una serie de fragmentos, poco a poco voy dándome cuenta de que estoy haciendo una novela, y la novela final, porque un editor la trató, tiene doscientas páginas más, que seguramente contienen impurezas que a mí me interesaría en algún momento conservar, porque estaba muy cuidadosamente escrita.
Y sí, esta novela me permitió reunirme con mi destino, al dar sentido unitario, dirección a la obra y llevarla a un lugar que yo sé que tenía que llegar en ese sentido, no me cambió exactamente porque estaba haciendo lo que llevaba haciendo toda la vida.

G.A.- No te cambió fundamentalmente porque fue un proceso que duró veinte años, según decías ayer en la conferencia "El placer de la lectura".

E.L.- Bueno, así en números redondos fueron casi quince años de gestación. Ocurre lo siguiente: en 1997 con 33 años, me voy a vivir a Nueva York, me quedo, a los 33 años todavía no había decidido qué iba a hacer con mi vida, ¿te acuerdas lo que preguntó ayer el muchacho en la conferencia?, habría que decirle "tranquilo, todavía te falta mucho tiempo" para saber qué va a hacer con su vida (tenía 19 años).

G.A.- ¿A qué te dedicabas a esa edad?

E.L.- Siempre a algo que ver con la escritura, y a ser profesor de miles de maneras en institutos en España, al llegar a Nueva York, mi vida fue cobrando una dimensión distinta: acabo un doctorado, me dedico a escribir, pero lo que voy escribiendo es, recogiendo todo todo, para empezar, escribir una novela con cierta edad, lo que tienes es muchísima experiencia como escritor, muchísima experiencia como lector y muchísima profesionalidad, eso es lo que dijeron los críticos: esta no es una primera novela. Claro, no era una primera novela, ahora, sí tiene muchas características de primera novela porque hay algo bueno en decidir publicar y es cuando ya tienes que tener una forma precisa, exacta y concreta de lo que tú quieres dar a los demás.
Hay, digamos, diez años de maduración, cinco años de trabajo duro, yo lo dejaría en cinco.

G.A.- Entonces fueron quince, no veinte.

E.L.- Veinte también porque hay una parte de vida que estás viviendo en que no estás escribiendo pero se están reuniendo los materiales solos para que tú los utilices; te pongo un ejemplo, cuando llegues al cuaderno de la muerte, esta parte en la novela, verás que el personaje, que es escritor, hace recortes de periódico que son totalmente atroces, eso es lo que hacía yo, lo hice durante cinco años anteriores al inicio de la escritura de la novela, realmente es un proceso de destilación que sólo es posible gracias a que me cambio al otro lado del Atlántico, y entonces, todo el tiempo que pasé allí hasta que llegó esto.

G.A.- ¿Por qué recolectar fragmentos atroces, hay que decir lo malo?

E.L.- Bueno, eso fue algo que me pasó a mí y fue algo que les pasó a los personajes, es que a veces sabes cosas y dices ¿cómo es posible?, de repente abres el periódico y lees: "Encuentran a un bebé en la basura", ¿qué haces después, sigues desayunando?
G.A.- No. Por supuesto.

E.L.- O, como ayer, te cuento, iba yo en un automóvil, me traían a la feria, se paró al lado una anciana que parecía india, muy mayor, y pidió algo, el chofer le dijo No, pero como dices No cien veces en el día, entonces yo vi que la señora empezó a llorar, pero, no para nadie, yo no me pude quitar esa imagen de la cabeza en toda la mañana.

G.A.- Tampoco tuviste oportunidad de darle nada. ¿O sí?

E.L.- No. El señor muy amable que me traía le dijo No, y allá la dejó, pero ella estaba en la puerta del hotel, ella conseguiría algo a continuación, pero fue un momento en que todo el dolor de la asistencia le cayó a la viejecita, que no tenía que comer; pero este tipo de noticias que te comento, tan terribles, cuando yo llegué a verlas, te digo, las recortaba. Y luego, intentaba hacer algo con ellas, entender por qué pasan estas cosas. El sentido de la literatura para mí es "Transformar el dolor en belleza", lo dije ayer creo.

G.A.- Sí.

E.L.- Ese es un proceso de alquimia. No es que se pueda comprender algo, pero yo creo que sí se pueden cambiar algunas cosas, y eso que hace este señor, personaje de mi novela, lo hacía yo.

G.A.- Sí, "Transformar el Dolor en Belleza", lo dijiste ayer y esa frase para mí se convirtió en un Mantra.

E.L.- ¿Sí?

G.A.- Sí, y pensé, no es únicamente "Llámame Brooklyn" el premio Nadal de novela 2006, es la obra de una persona que no ha olvidado el humanismo, ni ha olvidado que los seres humanos necesitan consuelo, aparte de experimentar su inteligencia al leer una obra perfectamente armada a lo largo de veinte años, y esta es otra de las cosas que, yo creo, hay que agradecer a esta novela, esa compasión tan necesaria.

E.L.- Está llena de personajes que han perdido la batalla con la vida.

G.A.- Sí.

E.L.- Hay en ella una galería de perdedores, yo me siento hermano de todos los escritores que no han triunfando, que no han publicado, de todos los que no van a llegar.

G.A.- Dijiste “mi corazón está con los perdedores”.

E.L.- Sí, exacto.

G.A.- Creo que precisamente tus personajes están muy vivos porque sufren mucho. Siento cómo le pesa la muerte a Néstor de su amigo Gal, de quien dices: "…no dejaba de revolverse hasta conseguir hacerse daño, cuanto más, mejor”, este tiene que ser un personaje atormentado.

E.L.- Sí.

G.A.- ¿El dolor ha estado muy presente en tu vida, o es sólo recordar que todos lo compartimos?

E.L.- Bueno, es que lo que sucede con el arte y la literatura, cuando por ejemplo Bruegel pinta "El triunfo de la muerte", o el Bosco pinta todos esos personajes que son monstruosos, no se trata tanto de entrar en uno mismo, sino de poner en el plano artístico lo que puede haber allí afuera, en otros corazones, lo que yo hago es dividir la novela, repartirla entre dos seres completamente distintos, entonces digamos que Gal representa la oscuridad y la noche y Néstor representa la luz y el día, y Gal es mayor y el otro es joven, entonces, en un punto intermedio entre los dos se encuentra la novela, pero sí me interesa una persona que, bueno, es un personaje oscuro que a mí me fascina pero no soy yo, está allí y yo los observo a los dos, además la novela es muy extraña porque tiene una arquitectura muy compleja pero perfectamente trazada, terminan los nueve primeros capítulos que son como una obra de ingeniería y luego se abre la novela, el diez, once, doce y trece son fragmentos de la novela terminada, pero luego hay un misterio que le dejo al lector, que te dejo a ti, ¿quién escribió el catorce y el quince, si se había muerto el otro, qué clase de novela es esta?

G.A.- La pintora lo escribió.

E.L.- No no no, ella es muy mayor. No, es otra novela que me obliga a una continuación que ya ha salido y se llama "Ladrón de Mapas", una parte, y habrá una tercera parte para cerrar este ciclo completo, pero tu pregunta era sobre este ser autodestructivo, yo escribo de muchos tipos de personas, ellos son como, las dos posibilidades, un polo positivo y un polo negativo y entre los dos, toda la gama de posibilidades de la existencia, perdedores y otros que no lo son.

G.A.- Creo que hay en la novela una pureza extraordinaria, y tú acabas de decir que tiene una estructura perfecta, ¿puedes hablar de un modelo, o varios, que te hayan señalado cómo estructurar esta novela?

E.L.- Hay muchos, pero te voy a decir los más importantes: con esta novela yo hago un programa literario que consiste en mi conocimiento profundo de la literatura norteamericana del siglo veinte, de la segunda mitad del siglo veinte sobre todo, trasladarla a la lengua española, hay allí toda una serie de novelistas, hay un autor que me gusta mucho que se llama Don de Lillo, hay uno al que le hago un homenaje directo en la novela, ya llegarás al final, que sale con las letras griegas Tao Pi que es Tomás Pinchon, es un modelo de escritor ilegible, dificilísimo, no hay quien lo siga. Entonces, toda la tradición anglosajona, americana e inglesa, que yo conozco muy bien, toda la tradición experimental de la literatura norteamericana (pero experimentalismo con algo, porque hacer experimentos porque sí no tiene ningún sentido), luego, está la lección de James Joyce, que para mí es un punto de referencia muy importante, y luego, al final, siempre, está organizándolo todo y vigilándolo todo, el más compasivo de los escritores, el que más ha hablado de la libertad que es Cervantes, y ahora puedo hablar a través de lo que dicen los críticos, los críticos son muy importantes, y ven cosas, han visto el elemento cervantino en mi novela, claro, desde Carlos Fuentes todos somos hijos de Cervantes, entonces ese elemento de los escritores, de que el texto NO SEA DE NADIE, es la perspectiva que cambia constantemente y es una lección de Cervantes, de manera que mi novela es un intento de traer lo último de la novela norteamericana, a lo primero de la novela europea que es Cervantes, porque la visión de Cervantes no se ha superado, como tampoco la de Joyce, Joyce cierra un paréntesis, es de lo que voy a hablar hoy en el homenaje a Fuentes, no de mi novela, sino de un ensayo de Fuentes que habla de esto.

G.A.- Me alegra que pudieras conectar nuestra entrevista con lo que harás más tarde, que hayamos ayudado un poco a esa reflexión.
Una última cosa: Estoy leyendo tu novela, y voy en esa parte donde, parece que entiendo: el deseo es sinónimo de desamparo, y pienso, ¿la condición humana, es en esencia, el desamparo?

E.L.- Hombre, no, no me gusta, digamos que, una parte; sí me gusta la cercanía entre deseo y desamparo. Hay muchas historias, hay muchos personajes y con algunos verás, me porto muy mal, y no sé por qué.

G.A.- ¿Disfrutaste ser malo con ellos?

E.L.- No, ya lo decía Valle Inclán, hay tres maneras de relacionarse con los personajes, una es: los tratas como si fueran unas criaturas y tú un dios, los tratas como si fueran héroes y tú los ves desde abajo, o los tratas como iguales, yo los trato desde fuera, hay unos personajes que extremo, pero no soy yo, es mi imaginación a la que yo sigo. Hay un personajes Niels Clausen, que es el amigo, que tiene una historia tremenda y trágica de amor, yo creo que lo que le pasa a mucha gente que sufre, lo que te ayuda la literatura o la poesía es a entender lo que te pasa a ti a través de lo que les pasa a los demás y hay mucha gente que tiene frustraciones en el deseo o en otros aspectos, o gente que es maravillosa, entonces está todo esto, esta humanidad es también de Cervantes, aquel famoso patio de Femonipodio, que es un tipo que era del hampa y allá acogía a todos los pobres y a los pícaros y ladrones también los mandaba por allí, es el teatro de la vida, en la vida como es hay de todo, en la vida hay ladrones, hay gente que le va mal, entonces los pongo a todos, y a algunos personajes les toca sufrir muchísimo, yo me siento muy mal, es una manera de investigar, pero no lo hago a propósito, simplemente, ahí va la cosa.

G.A.- Va surgiendo, bien. El ciclo que da inicio con esta novela ¿va a incluir tres "Ladrón de Mapas"..?

E.L.- "Ladrón de Mapas" es un experimento muy curioso porque la gente está intrigada sobre qué va a pasar después porque en realidad hubo muchísimo eco, este libro tiene una estructura muy compleja, no te cuento ahora pero una parte de Ladrón de Mapas y esta novela "Llámame Brooklyn" terminan igual y hay algo allí que necesita ser atado, entonces yo creo que ahora viene un tiempo de una novela también madurada, meditada, lenta, no tardaré veinticinco años, porque no hay tiempo, pero sí va a tardar dos o tres años cuando menos .

G.A.- Con el éxito de ventas que ha tenido tu novela ¿has considerado, o se ve la posibilidad de que te dediques íntegramente a escribir?

E.L.- No, no es buena idea, porque eso dañaría a tu literatura, yo creo que hay que escribir poco y bien, es mejor tener otros trabajos, por ahí habrá muchos escritores profesionales y unos muy buenos pero no, yo creo que es mejor tener otra cosa que te permita tener todo el tiempo del mundo para seguir trabajando, no sé por qué ahora me ha dado una prisa por publicar, es una cosa rarísima.

G.A.- Es como un contraste del Eduardo que no quería publicar, a éste que tiene prisa.

E.L.- Sí, pero es un diferente tipo de prisa, pero voy siguiendo la vida a ver cómo me va.

G.A.- Si hubiera que pedirte algún consejo para quienes quieren escribir, ¿sería éste? "Hay que seguir la vida"

E.L.- Sí, claro, y ser fiel a uno mismo.

G.A.- No venderse al marketing.

E.L.- Ser fiel a uno mismo pero también está la parte de hacer las dos cosas, porque, por ejemplo, ahora le doy las gracias al marketing porque tienen todo esto lleno de productos comerciales y también tienen espacio para esto.

G.A.- Pues muchas gracias, habré de terminar la lectura de “Llámame Brooklyn”.

La literatura es Experimentación - Entrevista con Eduardo Halfon

Una mañana me encontré felizmente a solas con un libro El Ángel Literario, lo leí con alegría, resultó ser uno de esos libros inclasificables que sólo producen deleite, que contienen la magia suficiente para que un sábado cualquiera sea un fecha memorable, aún cuando la única compañía haya sido la del gato que, con un suave ronroneo, parecía compartir el bienestar de quien considera el hecho de la lectura como una experiencia enriquecedora.
Y he aquí que la casualidad hizo posible que escuchara en una conferencia a su autor, Eduardo Halfon, escritor guatemalteco quien aceptó hablar conmigo sobre diversos temas para compartir conceptos y ¿por qué no? Polemizar un poco en torno a este asunto de la escritura.

G.A.- ¿Cómo es que Eduardo Halfon está en Guadalajara hoy, después de veinte años de haber empezado a escribir?

E.H.- No veinte años, muchos menos, empecé a escribir serio en el año dos mil.

G.A.- En el año dos mil tenías veintiocho años.

E.H.- Sí, hoy tengo treinta y nueve.

G.A.- ¿Y ya vives de escribir?

E.H.- Bueno, vivo escribiendo, que no es lo mismo que vivir de escribir.

G.A.- Vivir de escribir quiere decir que paga las cuentas la escritura.

E.H.- Claro. Eso no, y espero que nunca sea así porque la escritura no puede pagar esas cuentas y no debe de exigírsele que lo haga, es muy peligroso comprometer tu escritura a un estrés de ese tipo.

G.A.- Te convertirías en un mercenario.

E.H.- Sí, claro, por eso yo prefiero mantenerla a salvo de eso, que es muy importante la economía, pero uno puede dedicarse a otra cosa, trato (como dije ayer en la conferencia “El placer de la lectura”) trato de estar siempre cerca de las letras en lo que trabajo, fui docente durante mucho tiempo, he dado talleres, escribo para los que piden, ya sea periódicos o revistas.

G.A.- ¿Qué publicas en periódicos y revistas?

E.H.- Todo salvo periodismo, escribo crónica, cuento; me siento muy lejos del periodismo.

G.A.- ¿Haces reseñas de libros que te interesan?

E.H.- No. Eso nunca lo he hecho.

G.A.- ¿Por qué no?

E.H.- No sé, nunca me ha interesado.

G.A.- ¿No te ha interesado porque crees que la relación con la literatura es una cuestión muy íntima que está aparte de la servidumbre digamos, de esa cuestión de hacer dinero para vivir?

E.H.- Tiene más que ver con la relación con la lectura, leer un libro con la intencionalidad de hacer una reseña es muy diferente, tienes que leerlo casi con lupa, con sentido crítico, viendo por un microscopio. No he querido, lo haría, no cierro esa puerta pero no lo he hecho.

G.A.- ¿Pero no sería una derivación del placer inicial? Me explico, tomas un libro, lo lees, te fascina, y no porque te lo hayas propuesto sino después, a raíz de ese cariño o de esa empatía con el libro tú haces una reseña.

E.H.- Claro, en ese sentido sí haría una reseña por placer. Pero a veces los reseñistas funcionan por encargo, entonces tienes que hacer una reseña de libros que no te entusiasman, o te entusiasman poco, tú haces lo que el periódico necesita. No siempre lo que quieras.
A mí me funcionó mucho y bien la docencia. Fui profesor durante ocho años. No necesitaba buscar nada más, fue hace año y medio que renuncié en la universidad, y pues he estado viviendo de pequeñas cosas y no se ha presentado la ocasión de hacer reseñas, no la desdeño, o sea, si llega, lo haré, pero tampoco la busco, no he necesitado hasta ahora buscarla.

G.A.- Esa sensación de entregar la vida a la literatura, ¿alguna vez te ha embargado de manera dramática o te la vives tranquila?

E.H.- Pues te diría que yo no le he entregado la vida a la literatura. La vida y la literatura son dos cosas para mí muy distintas.

G.A.- Explícame.

E.H.- La literatura es mi oficio es algo que me gusta, es algo que he aprendido a hacer, pero no es mi vida; mi vida es mi vida y a veces se cruza con la literatura pero son caminos paralelos.

G.A.- Te lo pregunto así por que mencionaste ayer que tienes que escribir y no vas a ningún lado, porque tienes que escribir.

E.H.- Claro. Es mi oficio, si tú tienes que ir a vender carros, vas a vender carros, te levantas en la mañana y vas a tu trabajo.

G.A.- Pero los señores que venden carros descansan aunque sea una vez a la semana y tú no descansas.

E.H.- Yo descanso cuando viajo.

G.A.- Bueno.

E.H.- Para mí estos viajes, por ejemplo, ahora que estoy en Guadalajara o en otras ferias de libros, o incluso viajes por placer que de repente me voy una semana a la playa, ahí descanso.

G.A.- Programas la vida

E.H.- Sí. Y descanso también en las tardes. Tengo una rutina, mi oficio es en la mañana, pero las tardes vivo, salgo del papel, de las palabras, y me vuelvo un tipo normal. Si es anormal esto de escribir.

G.A.- ¿Y qué tan anormales te parecen las presentaciones de libros?

E.H.- Me parece un “Freak show”.

G.A.- Los “friquies...”

E.H.- Es que es un performance, es un teatro, hay que llegar y hacer que la gente se ría, hacerla un poco de payaso y que las chicas suspiren, todo este asunto es un teatro.

G.A.- ¿Y eso no desmerece?

E.H.- Claro que desmerece, sí, por supuesto.

G.A.- ¿Por qué entrarle al juego entonces?

E.H.- Porque es parte de este oficio. El mundo de las editoriales te exige hasta cierto punto dar la cara. Si no, no se vende, y si tú no vendes, no te vuelven a publicar. Entonces se vuelve muy complejo decir que no. Ahora, eso es por un lado, por otro lado, es una excelente manera de acercarte a tus lectores.

G.A.- Sí.

E.H.- Tiene el lado teatral, pero también tiene un lado muy positivo, en el que hay gente que te lee y te sigue, se acerca y te dice, y eso es muy importante porque esa retroalimentación no siempre se recibe.

G.A.- Eso fue exactamente lo que yo sentí en la conferencia, una retroalimentación.

E.H.- Sí, tú lo dijiste ayer, que me has leído, hablaste un poco del libro, eso es muy sabroso para un autor.

G.A.- ¿No es cuestión únicamente de ego?, ¿o es una cuestión de comunicación humana?

E.H.- Las dos cosas, es que es lo mismo.

G.A.- ¿Cincuenta y cincuenta por ciento?

E.H.- Sí, depende en qué caso y con quien. Ahora, si hay mucho de ego, de vanidad, de todo esto. Pero también hay algo más sano, es el simple hecho de recibir de vuelta un visto bueno.

G.A.- Exacto.

E.H.- “Lo estás haciendo bien”, sigue.

G.A.- Hay diálogo. Es lo que te dice eso.

E.H.- Sí, “Te entiendo, llegaste, me llegaste”, y eso es muy importante porque uno realmente duda si lo está haciendo bien.

G.A.- Sí.

E.H.- Duda todo el tiempo, en cada página, en cada línea y con cada libro, esa sensación de incertidumbre, por lo menos en mi caso, es general, sucede siempre.

G.A.- Hablando de dudas, ¿quién es Eduardo Halfon?

E.H.- Era mi abuelo.

G.A.- ¿Tú eres la reencarnación de tu abuelo?

E.H.- Yo soy el vástago.

G.A.- ¿La segunda versión?

E.H.- No sé quién es. Hay varios Eduardos Halfon.

G.A.- Es un escritor.

E.H.- Soy varios.

G.A.- Háblame del escritor.

E.H.- Sí, ese es un fulano que anda por ahí.

G.A.- Veamos, tiene publicados, ¿cuántos libros?

E.H.- Llevo publicados cuatro libros principales, y luego hay cuentos.

G.A.- Títulos:

E.H.- El primero que publiqué se llama Esto no es una pipa, Saturno, en la editorial Alfaguara, el segundo se titula De cabo roto y es una novela publicada en Barcelona, el tercero es El Ángel Literario, luego publiqué, el año pasado, dos libros de cuentos, uno que se llama Siete minutos de desasosiego en Colombia, y otro en La Rioja, que se llama Clases de Hebreo.

G.A.- ¿A qué alude el título de tu primer libro?

E.H.- A un cuadro de Rene Magritte Esto no es una pipa.
Mi libro más nuevo (que publiqué el mes pasado) se llama El boxeador polaco.

G.A.- ¿Novela o cuento?

E.H.- Aún estoy tratando de descifrarlo. Tú ya me has leído, yo soy un caso, soy inclasificable, ¿o no?

G.A.- Sí, de hecho, tu libro El Ángel Literario es más bien una conversación, en la que tú como lector vas tomando confianza con Eduardo Halfon aunque no sepas quién es y decides (al menos fue mi caso) al terminar la lectura del libro, hacerle tus confidencias como lector o como escritor.

E.H.- Sí, y este es un libro que cada persona que lo lee lo interpreta un poquito diferente, alguien lo lee más como diario, otros más como novela, etcétera.

G.A.- Te interesa la experimentación. De Facto.

E.H.- Es que la literatura ES experimentación.

G.A.- Cierto.

E.H.- En esas estamos, no reproduciendo, sino tratando de empujar un poco el límite o, en mi caso, borrarlo. Yo vengo de un mundo ajeno a la literatura, no tengo esta solemnidad del género de la novela, no tengo ni idea de eso, yo hago lo que se me antoje, yo hago lo que la historia me pide que haga con ella, en el caso de El Ángel Literario eso es lo que quería el libro y eso hice.

G.A.- El tono, la estructura.

E.H.- El tono, sí, eso hice, esa voz, etcétera.
El boxeador polaco es lo mismo, es un texto que empezó con la intencionalidad de que fueran cuentos, pero todos los narra el mismo Eduardo Halfon, todos estás hilvanados con la historia de mi abuelo, del campo de concentración de Auschwitz no es una novela, pero tampoco es un libro de cuentos, porque hay una totalidad allí, hay unidad, un orden a la hora de leerlo.

G.A.- ¿Es un libro doloroso?

E.H.- ¿Para quién?

G.A.- Para ti.

E.H.- No.

G.A.- ¿Lo disfrutaste?

E.H.- Claro, se disfruta con todo el dolor del oficio, pero se disfruta, claro.

G.A.- Me refiero más bien a la temática.

E.H.- No, es una temática que me da miedo, más que dolor me da miedo. Claro, es un tema delicado.

G.A.- Muy fuerte.

E.H.- Un tema que puede ser cliché ya en la literatura. Entonces, bueno, toda esta reflexión que te estoy diciendo está en el libro, es una historia que me resistía a contarla.

G.A.- ¿Qué te decidió a hacerlo?

E.H.- Saber que el libro es una manera de contar lo incontable, porque la historia me vence, la empiezo a contar desde El Ángel Literario, aparece allí la historia de mi abuelo en dos líneas, y mi resistencia a contarla, y bueno, finalmente la cuento al final de este libro.

G.A.- ¿Fue terapéutico?

E.H.- No. La literatura no es terapéutica. No. La literatura es muchas cosas, pero en mi caso no es terapéutica.

G.A.- ¿Hay otro Halfon luego de escribir este libro?

E.H.- Siempre hay cambios, pero más por cosas que aprendes. Tal vez son cosas intangibles. En este caso me acerqué a mi abuelo, ya eso es un cambio, me acerqué porque tuve que sondear áreas muy oscuras con él y bueno, supongo que eso de alguna manera te cambia. Yo no lo veo de una manera tan dramática, diría más bien que aprendes o te acercas a lugares que no conocías.

G.A.- A lugares que no conocías incluso de ti mismo.

E.H.- Especialmente de ti mismo.

G.A.- Por esa naturaleza reflexiva y metafísica del acto de escribir.

E.H.- Claro. Y sincera, es que si es sincera, vas a ir donde no debes ir, o a donde no has querido ir. Eso es el arte.

G.A.- Que te lleva a donde no estabas.

E.H.- Quieras o no.

G.A.- Sí, precisamente hace poco leí que Virginia Wolf decía que los escritores no quieren ser escritores porque escribir te lleva a ser otra cosa, no escritor.
Eduardo, no eres solemne, pero sí estás conciente de esta naturaleza sagrada del acto de escribir.

E.H.- Importante diría. Y de entrega al oficio. A la artesanía de la literatura. Sí, absolutamente, no me pongo de rodillas, pero sí, respeto el oficio, le tengo miedo al oficio, creo que es un oficio muy peligroso por momentos...

G.A.- ¿...podrías enloquecer?

E.H.- Hay gente que sí. Enloquecer o autodestruirte. El alcohol, el suicidio, muy ligado todo al acto creativo porque el acto creativo es muy poderoso. Quema a veces. Si te acercas mucho.

G.A.- No quieres acercarte mucho entonces.

E.H.- Es que no es de querer o no.

G.A.- Te lleva.

E.H.- Sí lo vas a hacer, lo vas a hacer, si no, mejor vende fruta. Es más fácil la vida para el vendedor de fruta. Es envidiable eso.

G.A.- ¿Me hablarás de alguna epifanía con que te hayas encontrado al momento de escribir, y que haya sido muy importante en tu vida?

E.H.- Sí, sólo el hecho de que la literatura vive de la epifanía. Vas hacia Joyce siempre. Epifanía propia no. Epifanía del texto sí. Es más importante el texto. En ese momento (de escribir) es más importante el texto que tú.

G.A.- Define a los que vendemos fruta: “Epifanía del texto”.

E.H.- Duende. La magia que brota de la página

G.A.- ¿Crees que la literatura la hace, quién?

E.H.- ¿La verdadera?

G.A.- Sí.

E.H.- El vendedor de fruta. La no verdadera nosotros que estamos allí.

G.A.- ¿Haciendo el performance?

E.H.- Haciendo el performance. Pero es lo que te digo, se divide uno.

G.A.- Sí. Se vuelve uno esquizofrénico.

E.H.- Sí, tienes múltiples personalidades, yo te lo dije, soy muchos. Hay un Halfon que va por allí narrando, por ejemplo, en El Ángel Literario, yo no fumo y este señor fuma como degenerado, hay un Halfon que le lanzan a los periodistas y que habla cosas muy raras, luego hay un Halfon que llega a casa y juega con su gato y ese es otro, ese es uno muy aburrido, no le gusta salir, o sea, tienes máscaras, tienes personalidades.

G.A.- Te las quitas cuando escribes ¿no?

E.H.- Te pones otra.

G.A.- ¿Te pones otra?

E.H.- Claro, y cada cosa que escribes es una máscara distinta.

G.A.- ¿Qué opinas del papel del subconsciente en la escritura?

E.H.- Habría que preguntárselo a un psicólogo.

G.A.- ¿No hay un Halfon psicólogo por allí que pueda contestarme?

E.H.- Claro, hay un Halfon psicólogo, a ver, ¿cómo divides el subconsciente del conciente a la hora de escribir?, o sea, ¿qué me está brotando de la memoria y qué me está brotando de una memoria más profunda, más infantil...

G.A.- ...de la memoria colectiva...

E.H.- ...o la memoria colectiva? No sé. Y tampoco me importa.

G.A.- No, como escritor no.

E.H.- Eso que lo hagan los críticos literarios. Yo sé que hay algo que tengo que contar, que hay algo que quiere contarse y que me va a usar a mí para ser contado. Es todo.

G.A.- Cuando te preguntaba sobre las epifanías es esto lo que quería saber: ¿Cuándo sabes que una historia está lista para salir de ti?

E.H.- Pero eso no es epifánico, eso es que lo lees, tomas distancia del texto, y lo lees como si fueras un editor o un lector, y dices, bueno, funciona o no funciona.

G.A.- Pero lo dejaste salir en algún momento, ¿cómo reconoces el momento en que debes tomar la pluma, o la máquina, como escribas, y lo dejas salir? Ya después lo guardarás y te portarás como crítico con el texto, pero ¿es un impulso, lo programas?

E.H.- No, es que no es una decisión, en ningún momento hay ese instante de reflexión, de decir, ¿lo hago o no lo hago? Se hace, te sientas, sales y ya está.

G.A.- Te sientas y sale, pero apareció en algún momento un camino que te llevó hacia cierta historia, ¿una imagen tal vez?

E.H.- Claro. A ver... siempre hay un detonante.

G.A.- Sí, esa es la pregunta.

E.H.- Hay siempre un detonante hacia una historia, en mi caso muchas veces es una imagen, creo que eso tiene mucho que ver con que escribo mucho cuento y para mí el cuento tiene esto: que brota, y deja en el lector una impronta, una imagen, pero a veces esa imagen puede ser una persona, en el caso de El Ángel Literario es una idea de por qué la gente empieza a escribir, que me surge de una imagen muy precisa de Raymond Carver lavando su ropa...

G.A.- ...en vez de hacer el poema que no le salía...

E.H.- ...exacto, entonces cada texto es distinto. O sea que lo que tú me pides, generalizar, es imposible, porque cada libro, cada cuento, es completamente distinto, uno se reinventa cada vez que se enfrenta a una historia nueva.

G.A.- Estoy totalmente de acuerdo. ¿Escribes poesía?

E.H.- No, cada vez mi lenguaje tiende más hacia un lenguaje, no quiero decir poético, pero sí lírico, y yo creo que eso está relacionado con el cuento, con la cuestión del lenguaje, con trabajar las palabras; pero no escribo poesía, es un género que no me ha interesado hasta ahora, me siento muy cómodo con el cuento.

G.A.- ¿Más que con la novela?

E.H.- Mucho más. Mis cuentos son cuentos disfrazados de novela, dan esta ilusión de realidad, de totalidad, pero yo me siento muy bien en distancias cortas, no en maratones.

G.A.- Novela corta entonces.

E.H.- ¿Pero cuál es la diferencia entre novela corta y cuento?

G.A.- Quedamos que de géneros no nos íbamos a ocupar nosotros.

E.H.- No, no importan.

G.A.- Vuelvo un poco al principio, ¿cómo es que llega una persona que escribe desde los veintiocho años, luego de haberse ejercitado en un taller literario con un filósofo, taller en el que escribías una línea por día, cómo es que llegas a esas editoriales enormes, es suerte, es trabajo? Cuéntame, ¿te autopromocionas, tienes un agente?
E.H.- Esta entrevista es autopromoción. Y tengo un agente que ayuda, pero yo tuve una entrada muy rápida. Mi primer libro lo publicó Alfaguara. Me lo pidieron, se enteraron de que estaba trabajando este manuscrito sobre el suicidio en la literatura, me lo pidieron, fue así de fácil. Ahora, sí ha habido escritos más sufridos, que les ha costado llegar con un editor. Pero sí, mi entrada fue muy rápida, no había publicado ni un cuento ni nada, empecé a publicar con las editoriales Alfaguara, Anagrama y ahora Pretextos.

G.A.- Una carrera envidiable.
Déjame volver ahora con el asunto de las reseñas, yo sí creo en que la seducción de un texto te lleve a escribir una reseña.

E.H.- Sí, no escribes para publicar, escribes porque la obra te lo pide, evidentemente escribes para otros, no escribes para que el texto se quede engavetado en tu casa, quieres comunicarle algo a alguien, aunque sea a dos personas.

G.A.- Sí, y aquí podemos hablar de que en ese performance que son las presentaciones, se transforma un poco EL ESCRITOR en EL LIBRO, el escritor tiene que seducir, si seduce, el libro será leído.

E.H.- Allí el problema es que hay libros muy malos.

G.A.- Sí, aquellos que leen horrible.

E.H.- O que hablan horrible. O que son tímidos. Es terrible ser tímido. Porque la gente quiere el show, quiere ver a alguien espectacular.

G.A.- Sí, con una estola de plumas.

E.H.- Y a veces no son así. Pero hay escritores que sí, que son mejores en público que como escritores, que apantallan, luego lo vas a leer y dices qué porquería.

G.A.- Ese es el peligro de estos performances ¿no?

E.H.- Claro. En resumen. No tiene nada que ver el escritor con la obra, lo que importa es el libro.

G.A.- Exactamente. Allá iba esa pregunta, ¿quién hace el libro, es la memoria colectiva, es el tiempo?

E.H.- Es el tiempo, eso es todo.

G.A.- ¿A un poeta lo hace el tiempo?

E.H.- A todos, Moby Dick estuvo en una biblioteca olvidada durante cincuenta, sesenta, no sé cuántos años hasta que alguien decide ver qué era eso y concluye que es el mejor libro del siglo, se convierte en uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura, pero pasa muchísimo. Es el tiempo el que decide: la obra resiste o no.

G.A.- Sí, más allá de la fiesta que hacemos.

E.H.- Y más allá de la vida del autor, mucho más allá de la vida del autor.

G.A.- Decía Barbara Jacobs, a propósito de este fenómeno que mencionas, que hay escritores para los que está hecha la fama y escritores para los que está hecha la gloria.

E.H.- Y son dos cosas distintas.

G.A.- Muy distintas.

E.H.- La fama es efímera. Decimos en Guatemala “llamarada de tuza”, estas ramas que envuelven al maíz, que hace fuego muy rápido, eso es la tuza.

G.A.- Llamarada de petate, decimos en México.
Y bueno, hablando de asuntos cronológicos, debo agradecerte ahora tu tiempo, Eduardo Halfon hablar contigo fue muy bueno.

E.H.- Encantado.

Rapto (XXIV)

Quiero todas las muertes que nacen de tu amor. Quiero tu voz, tu lengua completa, quiero el silencio que no sabes darme, quiero dejar de querer todo lo que tienes y te llevas cuando te vas, quiero la única mentira que no quieres decirme, quiero la sombra del tiempo, el temperamento, quiero el silencio de tu beso, encontrarte ahora, deshacerme de ti, no creer que la vida sea tenerte, quiero que despiertes conmigo, quiero la ausencia total de tu voz, quiero las ansias, las distancias, las jactancias, las desordenadas hordas de las caricias que bajo la sábana das, quiero el miedo, el dolor, la rabia, la insatisfecha duda, la gran duda, la no existencia, la verdadera muerte la quiero ahora, aquí y ahora, quiero desnuda verte, siempre, quiero dormirme y que estés allí cuando despierte, quiero no verte, no saber si has muerto, quiero hablarte, desnudarnos, quiero toda la extensión de tu piel, quiero todos los movimientos de tu lengua, toda tu saliva ahora y siempre, quiero tocarte quiero que sepas que me quieres porque te toco, porque beso profundo ese lugar de ti que tú amas, porque te abrazo y no quiero que pase un día sin besarte, quiero olvidar mi nombre sobre tu cuerpo, quiero abrirme a todas las mentiras cuando estoy allí, contigo, en esa cama que no es nuestra ni lo será, quiero conmoverme tanto de que estés conmigo que olvide todo paisaje en ti, quiero dejar de pensar que esto es toda la vida, quiero abrirte camino hacia mí, quiero entender, gritar, reír, enmudecer, quiero dejar de inventarme esta voz para tocarte ahora, y tocarte de verdad, quiero que sientas que soy el mar si me tocas, quiero estar entre tus piernas quiero conmoverte para conmoverme, quiero decir tu nombre y que tú me oigas, quiero olvidar el miedo, quiero hacerte aparecer con el hechizo de estas palabras, para abrazarte, besarte, tenerte en mi sueño aquí y ahora, durante el siempre que dure mi vida, o la tuya, o hasta la muerte de uno de lo dos, quiero abrirte como a un libro, quiero cerrarte como a mi boca, quiero enseñarte que no es el tiempo el mejor lugar para vivir, sino el silencio, en el sólo los cuerpos nos murmuran sus secretos, esos que a solas y cada uno por su cuenta puede sentir, quiero orgiásticamente estar en ti para que sientas el calor del mar que soy, quiero encontrarte aquí y ahora, todos los días para mi deseo, para mi lujuria, para mi lengua, para mi cuerpo todo, para mi piel, para mi sueño, para la vigilia, para cada momento para cada día, para cada fracción de segundo porque hoy, aquí y ahora tu nombre es vida y no silencio, ni prohibido, ni otro, ni ajeno, ni mentira, tú eres ráfaga de viento, fuente, mar, delirio, alucinada vértebra de la vida, por eso quiero tenerte cada día de mi vida, por eso quiero desmayar contigo y dormir y comer y volver a esa cama que no es nuestra ni lo será, porque ahí, a ese lugar al que regresamos siempre es el sitio donde quiero estar en el momento en que tenga que morir, quiero estar allí, contigo, tendida luego de dormir porque quiero morirme viviendo, quiero ser el río por donde bajas hacia lo más intenso de ti; quiero que me desees a muerte, como te deseo yo, aquí y ahora ¿hasta siempre? No sé si sólo ahora, pero aquí y ahora esto sé.