Una mañana me encontré felizmente a solas con un libro El Ángel Literario, lo leí con alegría, resultó ser uno de esos libros inclasificables que sólo producen deleite, que contienen la magia suficiente para que un sábado cualquiera sea un fecha memorable, aún cuando la única compañía haya sido la del gato que, con un suave ronroneo, parecía compartir el bienestar de quien considera el hecho de la lectura como una experiencia enriquecedora.
Y he aquí que la casualidad hizo posible que escuchara en una conferencia a su autor, Eduardo Halfon, escritor guatemalteco quien aceptó hablar conmigo sobre diversos temas para compartir conceptos y ¿por qué no? Polemizar un poco en torno a este asunto de la escritura.
G.A.- ¿Cómo es que Eduardo Halfon está en Guadalajara hoy, después de veinte años de haber empezado a escribir?
E.H.- No veinte años, muchos menos, empecé a escribir serio en el año dos mil.
G.A.- En el año dos mil tenías veintiocho años.
E.H.- Sí, hoy tengo treinta y nueve.
G.A.- ¿Y ya vives de escribir?
E.H.- Bueno, vivo escribiendo, que no es lo mismo que vivir de escribir.
G.A.- Vivir de escribir quiere decir que paga las cuentas la escritura.
E.H.- Claro. Eso no, y espero que nunca sea así porque la escritura no puede pagar esas cuentas y no debe de exigírsele que lo haga, es muy peligroso comprometer tu escritura a un estrés de ese tipo.
G.A.- Te convertirías en un mercenario.
E.H.- Sí, claro, por eso yo prefiero mantenerla a salvo de eso, que es muy importante la economía, pero uno puede dedicarse a otra cosa, trato (como dije ayer en la conferencia “El placer de la lectura”) trato de estar siempre cerca de las letras en lo que trabajo, fui docente durante mucho tiempo, he dado talleres, escribo para los que piden, ya sea periódicos o revistas.
G.A.- ¿Qué publicas en periódicos y revistas?
E.H.- Todo salvo periodismo, escribo crónica, cuento; me siento muy lejos del periodismo.
G.A.- ¿Haces reseñas de libros que te interesan?
E.H.- No. Eso nunca lo he hecho.
G.A.- ¿Por qué no?
E.H.- No sé, nunca me ha interesado.
G.A.- ¿No te ha interesado porque crees que la relación con la literatura es una cuestión muy íntima que está aparte de la servidumbre digamos, de esa cuestión de hacer dinero para vivir?
E.H.- Tiene más que ver con la relación con la lectura, leer un libro con la intencionalidad de hacer una reseña es muy diferente, tienes que leerlo casi con lupa, con sentido crítico, viendo por un microscopio. No he querido, lo haría, no cierro esa puerta pero no lo he hecho.
G.A.- ¿Pero no sería una derivación del placer inicial? Me explico, tomas un libro, lo lees, te fascina, y no porque te lo hayas propuesto sino después, a raíz de ese cariño o de esa empatía con el libro tú haces una reseña.
E.H.- Claro, en ese sentido sí haría una reseña por placer. Pero a veces los reseñistas funcionan por encargo, entonces tienes que hacer una reseña de libros que no te entusiasman, o te entusiasman poco, tú haces lo que el periódico necesita. No siempre lo que quieras.
A mí me funcionó mucho y bien la docencia. Fui profesor durante ocho años. No necesitaba buscar nada más, fue hace año y medio que renuncié en la universidad, y pues he estado viviendo de pequeñas cosas y no se ha presentado la ocasión de hacer reseñas, no la desdeño, o sea, si llega, lo haré, pero tampoco la busco, no he necesitado hasta ahora buscarla.
G.A.- Esa sensación de entregar la vida a la literatura, ¿alguna vez te ha embargado de manera dramática o te la vives tranquila?
E.H.- Pues te diría que yo no le he entregado la vida a la literatura. La vida y la literatura son dos cosas para mí muy distintas.
G.A.- Explícame.
E.H.- La literatura es mi oficio es algo que me gusta, es algo que he aprendido a hacer, pero no es mi vida; mi vida es mi vida y a veces se cruza con la literatura pero son caminos paralelos.
G.A.- Te lo pregunto así por que mencionaste ayer que tienes que escribir y no vas a ningún lado, porque tienes que escribir.
E.H.- Claro. Es mi oficio, si tú tienes que ir a vender carros, vas a vender carros, te levantas en la mañana y vas a tu trabajo.
G.A.- Pero los señores que venden carros descansan aunque sea una vez a la semana y tú no descansas.
E.H.- Yo descanso cuando viajo.
G.A.- Bueno.
E.H.- Para mí estos viajes, por ejemplo, ahora que estoy en Guadalajara o en otras ferias de libros, o incluso viajes por placer que de repente me voy una semana a la playa, ahí descanso.
G.A.- Programas la vida
E.H.- Sí. Y descanso también en las tardes. Tengo una rutina, mi oficio es en la mañana, pero las tardes vivo, salgo del papel, de las palabras, y me vuelvo un tipo normal. Si es anormal esto de escribir.
G.A.- ¿Y qué tan anormales te parecen las presentaciones de libros?
E.H.- Me parece un “Freak show”.
G.A.- Los “friquies...”
E.H.- Es que es un performance, es un teatro, hay que llegar y hacer que la gente se ría, hacerla un poco de payaso y que las chicas suspiren, todo este asunto es un teatro.
G.A.- ¿Y eso no desmerece?
E.H.- Claro que desmerece, sí, por supuesto.
G.A.- ¿Por qué entrarle al juego entonces?
E.H.- Porque es parte de este oficio. El mundo de las editoriales te exige hasta cierto punto dar la cara. Si no, no se vende, y si tú no vendes, no te vuelven a publicar. Entonces se vuelve muy complejo decir que no. Ahora, eso es por un lado, por otro lado, es una excelente manera de acercarte a tus lectores.
G.A.- Sí.
E.H.- Tiene el lado teatral, pero también tiene un lado muy positivo, en el que hay gente que te lee y te sigue, se acerca y te dice, y eso es muy importante porque esa retroalimentación no siempre se recibe.
G.A.- Eso fue exactamente lo que yo sentí en la conferencia, una retroalimentación.
E.H.- Sí, tú lo dijiste ayer, que me has leído, hablaste un poco del libro, eso es muy sabroso para un autor.
G.A.- ¿No es cuestión únicamente de ego?, ¿o es una cuestión de comunicación humana?
E.H.- Las dos cosas, es que es lo mismo.
G.A.- ¿Cincuenta y cincuenta por ciento?
E.H.- Sí, depende en qué caso y con quien. Ahora, si hay mucho de ego, de vanidad, de todo esto. Pero también hay algo más sano, es el simple hecho de recibir de vuelta un visto bueno.
G.A.- Exacto.
E.H.- “Lo estás haciendo bien”, sigue.
G.A.- Hay diálogo. Es lo que te dice eso.
E.H.- Sí, “Te entiendo, llegaste, me llegaste”, y eso es muy importante porque uno realmente duda si lo está haciendo bien.
G.A.- Sí.
E.H.- Duda todo el tiempo, en cada página, en cada línea y con cada libro, esa sensación de incertidumbre, por lo menos en mi caso, es general, sucede siempre.
G.A.- Hablando de dudas, ¿quién es Eduardo Halfon?
E.H.- Era mi abuelo.
G.A.- ¿Tú eres la reencarnación de tu abuelo?
E.H.- Yo soy el vástago.
G.A.- ¿La segunda versión?
E.H.- No sé quién es. Hay varios Eduardos Halfon.
G.A.- Es un escritor.
E.H.- Soy varios.
G.A.- Háblame del escritor.
E.H.- Sí, ese es un fulano que anda por ahí.
G.A.- Veamos, tiene publicados, ¿cuántos libros?
E.H.- Llevo publicados cuatro libros principales, y luego hay cuentos.
G.A.- Títulos:
E.H.- El primero que publiqué se llama Esto no es una pipa, Saturno, en la editorial Alfaguara, el segundo se titula De cabo roto y es una novela publicada en Barcelona, el tercero es El Ángel Literario, luego publiqué, el año pasado, dos libros de cuentos, uno que se llama Siete minutos de desasosiego en Colombia, y otro en La Rioja, que se llama Clases de Hebreo.
G.A.- ¿A qué alude el título de tu primer libro?
E.H.- A un cuadro de Rene Magritte Esto no es una pipa.
Mi libro más nuevo (que publiqué el mes pasado) se llama El boxeador polaco.
G.A.- ¿Novela o cuento?
E.H.- Aún estoy tratando de descifrarlo. Tú ya me has leído, yo soy un caso, soy inclasificable, ¿o no?
G.A.- Sí, de hecho, tu libro El Ángel Literario es más bien una conversación, en la que tú como lector vas tomando confianza con Eduardo Halfon aunque no sepas quién es y decides (al menos fue mi caso) al terminar la lectura del libro, hacerle tus confidencias como lector o como escritor.
E.H.- Sí, y este es un libro que cada persona que lo lee lo interpreta un poquito diferente, alguien lo lee más como diario, otros más como novela, etcétera.
G.A.- Te interesa la experimentación. De Facto.
E.H.- Es que la literatura ES experimentación.
G.A.- Cierto.
E.H.- En esas estamos, no reproduciendo, sino tratando de empujar un poco el límite o, en mi caso, borrarlo. Yo vengo de un mundo ajeno a la literatura, no tengo esta solemnidad del género de la novela, no tengo ni idea de eso, yo hago lo que se me antoje, yo hago lo que la historia me pide que haga con ella, en el caso de El Ángel Literario eso es lo que quería el libro y eso hice.
G.A.- El tono, la estructura.
E.H.- El tono, sí, eso hice, esa voz, etcétera.
El boxeador polaco es lo mismo, es un texto que empezó con la intencionalidad de que fueran cuentos, pero todos los narra el mismo Eduardo Halfon, todos estás hilvanados con la historia de mi abuelo, del campo de concentración de Auschwitz no es una novela, pero tampoco es un libro de cuentos, porque hay una totalidad allí, hay unidad, un orden a la hora de leerlo.
G.A.- ¿Es un libro doloroso?
E.H.- ¿Para quién?
G.A.- Para ti.
E.H.- No.
G.A.- ¿Lo disfrutaste?
E.H.- Claro, se disfruta con todo el dolor del oficio, pero se disfruta, claro.
G.A.- Me refiero más bien a la temática.
E.H.- No, es una temática que me da miedo, más que dolor me da miedo. Claro, es un tema delicado.
G.A.- Muy fuerte.
E.H.- Un tema que puede ser cliché ya en la literatura. Entonces, bueno, toda esta reflexión que te estoy diciendo está en el libro, es una historia que me resistía a contarla.
G.A.- ¿Qué te decidió a hacerlo?
E.H.- Saber que el libro es una manera de contar lo incontable, porque la historia me vence, la empiezo a contar desde El Ángel Literario, aparece allí la historia de mi abuelo en dos líneas, y mi resistencia a contarla, y bueno, finalmente la cuento al final de este libro.
G.A.- ¿Fue terapéutico?
E.H.- No. La literatura no es terapéutica. No. La literatura es muchas cosas, pero en mi caso no es terapéutica.
G.A.- ¿Hay otro Halfon luego de escribir este libro?
E.H.- Siempre hay cambios, pero más por cosas que aprendes. Tal vez son cosas intangibles. En este caso me acerqué a mi abuelo, ya eso es un cambio, me acerqué porque tuve que sondear áreas muy oscuras con él y bueno, supongo que eso de alguna manera te cambia. Yo no lo veo de una manera tan dramática, diría más bien que aprendes o te acercas a lugares que no conocías.
G.A.- A lugares que no conocías incluso de ti mismo.
E.H.- Especialmente de ti mismo.
G.A.- Por esa naturaleza reflexiva y metafísica del acto de escribir.
E.H.- Claro. Y sincera, es que si es sincera, vas a ir donde no debes ir, o a donde no has querido ir. Eso es el arte.
G.A.- Que te lleva a donde no estabas.
E.H.- Quieras o no.
G.A.- Sí, precisamente hace poco leí que Virginia Wolf decía que los escritores no quieren ser escritores porque escribir te lleva a ser otra cosa, no escritor.
Eduardo, no eres solemne, pero sí estás conciente de esta naturaleza sagrada del acto de escribir.
E.H.- Importante diría. Y de entrega al oficio. A la artesanía de la literatura. Sí, absolutamente, no me pongo de rodillas, pero sí, respeto el oficio, le tengo miedo al oficio, creo que es un oficio muy peligroso por momentos...
G.A.- ¿...podrías enloquecer?
E.H.- Hay gente que sí. Enloquecer o autodestruirte. El alcohol, el suicidio, muy ligado todo al acto creativo porque el acto creativo es muy poderoso. Quema a veces. Si te acercas mucho.
G.A.- No quieres acercarte mucho entonces.
E.H.- Es que no es de querer o no.
G.A.- Te lleva.
E.H.- Sí lo vas a hacer, lo vas a hacer, si no, mejor vende fruta. Es más fácil la vida para el vendedor de fruta. Es envidiable eso.
G.A.- ¿Me hablarás de alguna epifanía con que te hayas encontrado al momento de escribir, y que haya sido muy importante en tu vida?
E.H.- Sí, sólo el hecho de que la literatura vive de la epifanía. Vas hacia Joyce siempre. Epifanía propia no. Epifanía del texto sí. Es más importante el texto. En ese momento (de escribir) es más importante el texto que tú.
G.A.- Define a los que vendemos fruta: “Epifanía del texto”.
E.H.- Duende. La magia que brota de la página
G.A.- ¿Crees que la literatura la hace, quién?
E.H.- ¿La verdadera?
G.A.- Sí.
E.H.- El vendedor de fruta. La no verdadera nosotros que estamos allí.
G.A.- ¿Haciendo el performance?
E.H.- Haciendo el performance. Pero es lo que te digo, se divide uno.
G.A.- Sí. Se vuelve uno esquizofrénico.
E.H.- Sí, tienes múltiples personalidades, yo te lo dije, soy muchos. Hay un Halfon que va por allí narrando, por ejemplo, en El Ángel Literario, yo no fumo y este señor fuma como degenerado, hay un Halfon que le lanzan a los periodistas y que habla cosas muy raras, luego hay un Halfon que llega a casa y juega con su gato y ese es otro, ese es uno muy aburrido, no le gusta salir, o sea, tienes máscaras, tienes personalidades.
G.A.- Te las quitas cuando escribes ¿no?
E.H.- Te pones otra.
G.A.- ¿Te pones otra?
E.H.- Claro, y cada cosa que escribes es una máscara distinta.
G.A.- ¿Qué opinas del papel del subconsciente en la escritura?
E.H.- Habría que preguntárselo a un psicólogo.
G.A.- ¿No hay un Halfon psicólogo por allí que pueda contestarme?
E.H.- Claro, hay un Halfon psicólogo, a ver, ¿cómo divides el subconsciente del conciente a la hora de escribir?, o sea, ¿qué me está brotando de la memoria y qué me está brotando de una memoria más profunda, más infantil...
G.A.- ...de la memoria colectiva...
E.H.- ...o la memoria colectiva? No sé. Y tampoco me importa.
G.A.- No, como escritor no.
E.H.- Eso que lo hagan los críticos literarios. Yo sé que hay algo que tengo que contar, que hay algo que quiere contarse y que me va a usar a mí para ser contado. Es todo.
G.A.- Cuando te preguntaba sobre las epifanías es esto lo que quería saber: ¿Cuándo sabes que una historia está lista para salir de ti?
E.H.- Pero eso no es epifánico, eso es que lo lees, tomas distancia del texto, y lo lees como si fueras un editor o un lector, y dices, bueno, funciona o no funciona.
G.A.- Pero lo dejaste salir en algún momento, ¿cómo reconoces el momento en que debes tomar la pluma, o la máquina, como escribas, y lo dejas salir? Ya después lo guardarás y te portarás como crítico con el texto, pero ¿es un impulso, lo programas?
E.H.- No, es que no es una decisión, en ningún momento hay ese instante de reflexión, de decir, ¿lo hago o no lo hago? Se hace, te sientas, sales y ya está.
G.A.- Te sientas y sale, pero apareció en algún momento un camino que te llevó hacia cierta historia, ¿una imagen tal vez?
E.H.- Claro. A ver... siempre hay un detonante.
G.A.- Sí, esa es la pregunta.
E.H.- Hay siempre un detonante hacia una historia, en mi caso muchas veces es una imagen, creo que eso tiene mucho que ver con que escribo mucho cuento y para mí el cuento tiene esto: que brota, y deja en el lector una impronta, una imagen, pero a veces esa imagen puede ser una persona, en el caso de El Ángel Literario es una idea de por qué la gente empieza a escribir, que me surge de una imagen muy precisa de Raymond Carver lavando su ropa...
G.A.- ...en vez de hacer el poema que no le salía...
E.H.- ...exacto, entonces cada texto es distinto. O sea que lo que tú me pides, generalizar, es imposible, porque cada libro, cada cuento, es completamente distinto, uno se reinventa cada vez que se enfrenta a una historia nueva.
G.A.- Estoy totalmente de acuerdo. ¿Escribes poesía?
E.H.- No, cada vez mi lenguaje tiende más hacia un lenguaje, no quiero decir poético, pero sí lírico, y yo creo que eso está relacionado con el cuento, con la cuestión del lenguaje, con trabajar las palabras; pero no escribo poesía, es un género que no me ha interesado hasta ahora, me siento muy cómodo con el cuento.
G.A.- ¿Más que con la novela?
E.H.- Mucho más. Mis cuentos son cuentos disfrazados de novela, dan esta ilusión de realidad, de totalidad, pero yo me siento muy bien en distancias cortas, no en maratones.
G.A.- Novela corta entonces.
E.H.- ¿Pero cuál es la diferencia entre novela corta y cuento?
G.A.- Quedamos que de géneros no nos íbamos a ocupar nosotros.
E.H.- No, no importan.
G.A.- Vuelvo un poco al principio, ¿cómo es que llega una persona que escribe desde los veintiocho años, luego de haberse ejercitado en un taller literario con un filósofo, taller en el que escribías una línea por día, cómo es que llegas a esas editoriales enormes, es suerte, es trabajo? Cuéntame, ¿te autopromocionas, tienes un agente?
E.H.- Esta entrevista es autopromoción. Y tengo un agente que ayuda, pero yo tuve una entrada muy rápida. Mi primer libro lo publicó Alfaguara. Me lo pidieron, se enteraron de que estaba trabajando este manuscrito sobre el suicidio en la literatura, me lo pidieron, fue así de fácil. Ahora, sí ha habido escritos más sufridos, que les ha costado llegar con un editor. Pero sí, mi entrada fue muy rápida, no había publicado ni un cuento ni nada, empecé a publicar con las editoriales Alfaguara, Anagrama y ahora Pretextos.
G.A.- Una carrera envidiable.
Déjame volver ahora con el asunto de las reseñas, yo sí creo en que la seducción de un texto te lleve a escribir una reseña.
E.H.- Sí, no escribes para publicar, escribes porque la obra te lo pide, evidentemente escribes para otros, no escribes para que el texto se quede engavetado en tu casa, quieres comunicarle algo a alguien, aunque sea a dos personas.
G.A.- Sí, y aquí podemos hablar de que en ese performance que son las presentaciones, se transforma un poco EL ESCRITOR en EL LIBRO, el escritor tiene que seducir, si seduce, el libro será leído.
E.H.- Allí el problema es que hay libros muy malos.
G.A.- Sí, aquellos que leen horrible.
E.H.- O que hablan horrible. O que son tímidos. Es terrible ser tímido. Porque la gente quiere el show, quiere ver a alguien espectacular.
G.A.- Sí, con una estola de plumas.
E.H.- Y a veces no son así. Pero hay escritores que sí, que son mejores en público que como escritores, que apantallan, luego lo vas a leer y dices qué porquería.
G.A.- Ese es el peligro de estos performances ¿no?
E.H.- Claro. En resumen. No tiene nada que ver el escritor con la obra, lo que importa es el libro.
G.A.- Exactamente. Allá iba esa pregunta, ¿quién hace el libro, es la memoria colectiva, es el tiempo?
E.H.- Es el tiempo, eso es todo.
G.A.- ¿A un poeta lo hace el tiempo?
E.H.- A todos, Moby Dick estuvo en una biblioteca olvidada durante cincuenta, sesenta, no sé cuántos años hasta que alguien decide ver qué era eso y concluye que es el mejor libro del siglo, se convierte en uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura, pero pasa muchísimo. Es el tiempo el que decide: la obra resiste o no.
G.A.- Sí, más allá de la fiesta que hacemos.
E.H.- Y más allá de la vida del autor, mucho más allá de la vida del autor.
G.A.- Decía Barbara Jacobs, a propósito de este fenómeno que mencionas, que hay escritores para los que está hecha la fama y escritores para los que está hecha la gloria.
E.H.- Y son dos cosas distintas.
G.A.- Muy distintas.
E.H.- La fama es efímera. Decimos en Guatemala “llamarada de tuza”, estas ramas que envuelven al maíz, que hace fuego muy rápido, eso es la tuza.
G.A.- Llamarada de petate, decimos en México.
Y bueno, hablando de asuntos cronológicos, debo agradecerte ahora tu tiempo, Eduardo Halfon hablar contigo fue muy bueno.
E.H.- Encantado.
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