Para la presentación de su libro “Jaque Perpetuo” en esta ciudad (de Guadalajara), entrevisto a Gonzalo Lizardo, escritor que vive en Zacatecas, por lo cual la oportunidad era hoy o nunca, así que después de ver un partido de futbol de su interés, atiende al mío y conversamos de manera más animada de lo esperado, parece que nos reconocemos como amantes de la literatura, eso siempre hermana.
Esta es nuestra plática:
—¿Existen escritores a los que no les gusten las entrevistas?
—Yo creo que sí.
—¿Conoces alguno?
—Sí, conozco un par, bueno, de hecho a mí no me gustan mucho: si uno escribe es porque es callado, porque a uno no le gusta tanto hablar… nada más que, por circunstancias del oficio, uno aprende que para escribir también hay que saber hablar y yo, por ejemplo, si quiero vivir de la literatura tengo que dar clases de literatura… y para dar clases tengo que hablar. Ya me acostumbré un poco a las entrevistas, no es difícil, tampoco es fácil, pero, son gajes del oficio, como para un zapatero ir a comprar el cuero de los zapatos.
—Acabas de mencionar que por ser callado es que uno escribe, eso lo dices desde tu experiencia, claro, pero encontré en tu libro “Jaque Perpetuo” tres palabras juntas: “Hambre de Vida”, ¿también por eso el escritor inventa mundos?
—Sí, tal vez… mira, cuando uno empieza a ser escritor, se da cuenta que uno ha vivido un poco diferente a los demás, porque uno ha invertido más horas leyendo que viviendo; es una ilusión que tiene uno: que leer es como aislarse un poco de la vida y decir: “en vez de estar afuera haciendo travesuras estoy aquí adentro en la casa leyendo”, pero me encontré una reflexión de Borges donde afirma que los aventureros, con sus vidas muy intensas y muy llenas de avatares y aventuras, resulta que no se dan cuenta de sus experiencias; quien se da cuenta de lo que ellos vivieron es el escritor que recopila sus vidas. Así, de alguna manera escribir es recuperar las vidas de otros, y de alguna manera también es vivir doblemente. Para un escritor, entonces, una de las gracias de escribir, es que tiene la oportunidad de repensar la vida al mismo tiempo que la está escribiendo; por eso sí, hay mucho de eso, es por hambre de vida, por hambre de experiencia por lo que uno escribe y lee.
—¿Por aquello de que parece ser que cuando estamos leyendo no estamos viviendo, tu experiencia de vida te ha parecido insuficiente?
—No, para nada; todo es relativo, yo creo que una de las condiciones existenciales del hombre es la insatisfacción, todo mundo quiere lo que no tiene, y todo mundo, cuando lo tiene no lo…
—…valora…
—…no lo valora, ahí está el lugar común ese de que hay que perder las cosas para saber lo que uno tiene… en cuanto a mí, creo que mi experiencia de vida no ha sido insuficiente, yo en este momento estoy en una circunstancia en la que me siento muy gratificado con la vida, con lo que tengo; si me pongo a hacer un recuento de lo que he vivido creo que es más que suficiente, sobre todo pensando que todavía me queda por vivir y todavía me queda por escribir, pero lo que pasa es que uno tiene que considerar que la experiencia de vida, para que sea interesante, tiene que ser diferente y tiene que ser fructífera, didáctica, te tiene que enseñar algo, aunque sea malo.
—Eso siempre.
—Tienes que aprender las cosas, tienes que cometer errores, tienes que tener aciertos; yo he cometido los errores suficientes y he cometido los aciertos suficientes para sentir que sí he vivido bien, no sé si podría haber vivido mejor, pero con lo que he vivido sí me siento contento.
—¿Cómo fue tu formación como escritor?
—Fue muy rara la manera en que llegué a ser escritor, yo de chavo pensé que iba a ser pintor o científico o algo así: tenía facilidad para el dibujo y para las matemáticas, para las ciencias exactas, de hecho yo me crié pensando que, para ser alguien en la vida, debías tener una profesión… por eso yo entré a Ingeniería Química, que representaba, supuestamente, una garantía de trabajo, pero ya estando en la escuela de Ciencias Químicas, me encontré con que era una licenciatura de una disciplina muy laxa y todo mundo tenía muchos intereses paralelos, por eso entré a Artes Gráficas, empecé a pintar y también empecé a escribir, luego, hubo un semestre en que me dediqué a puro jugar ajedrez y no entraba a clases, para pasar una materia tenía que conseguir un libro y curiosamente hubo un torneo de ajedrez en el cual primero y segundo lugar iban a obtener un lote de libros, entonces yo le entré, gané el segundo lugar, tuve el libro que necesitaba para pasar y por lo mismo me invitaron a un taller de literatura.
—¿Quién lo dirigía?
—David Ojeda. Ya estando en el taller, yo que venía de pintar y todo ese rollo, me di cuenta de que me parecía más intensa y más interesante la escritura que la pintura, porque yo puedo pintar un cuadro hoy y otro cuadro dentro de dos meses, pero sí puedo escribir todos los días… entonces, de alguna manera ese contacto con la escritura me decidió la vocación.
—¿Y la música, no era también tu vocación?
—Siempre he sido melómano, no soy músico sino melómano: me gusta mucho escuchar la música, me encanta analizarla. Tengo una característica: cuando veo una obra de arte no la veo como un todo, necesariamente, sino que de inmediato empiezo a desmembrarla en partes. Cuando oigo la música, empiezo de inmediato a analizarla. Eso me empujó, por un lado, primero, a hacer un grupo de Rock con mis hermanos, después a hacer música yo solo, para mí es un hobby muy entretenido jugar con los sonidos, pero también yo digo que es parte de la misma literatura. Decía James Joyce que el arte es la manipulación de una materia sensible con un fin estético, y eso hace que todas las artes sean iguales.
—Partiendo de ese principio sí.
—Lo que cambia es la materia sensible, o puede ser el sonido, o puede ser el color, o pueden ser las palabras. Por eso, no es muy difícil para mí pasar de un arte a otra, incluso he incursionado en el video; pero sí, mi idea de la literatura incluye todas las artes, busco una fusión de todas las artes, pero sobre todo trato de hacerla sobre la página escrita de la literatura.
—¿”Jaque Perpetuo”, tu novela, si fuera un edificio sería en forma de espiral?
—Tal vez, una de las cosas que más nos aterran en la vida, es ver la vida como una línea del nacimiento hacia la muerte, es una cosa a la que todos tenemos terror, para la cual siempre hemos encontrado diferentes antídotos. Uno de los antídotos más eficaces consiste en imaginar la vida como un círculo. De ese modo el tiempo no es una línea, la muerte no es un fin, el nacimiento tampoco es un comienzo. Hay ciclos en la vida que se cierran o que no se cierran, etcétera… Esta es la idea que predominó en mí cuando estaba escribiendo este libro: para olvidar ese horror a la muerte, ese terror a la historia, la manera más fácil es pensar que todo esto forma parte de un ciclo… la vida es una pequeña línea insignificante si la pensamos como parte de un círculo, las cosas cambian de sentido: los errores que puedas cometer en el futuro, ya los cometiste en el pasado, y hay que afrontarlos como eso: como algo inevitable. En “Jaque Perpetuo” no sólo exploré la forma circular, porque el círculo te obliga a pensar que las cosas van a suceder tal como sucedieron ya, así que yo prefiero pensar que van a volver a ocurrir pero no como sucedieron antes, sino de diferente manera; más que en espiral, en el libro hay un capítulo que se llama “La cicloide de Morelli”…
—Sí, muy bueno ese capítulo.
—…donde hay una rueda que gira sobre una línea, eso hace que las cosas vuelvan a suceder pero que al mismo tiempo que avancen.
—…que avancen y que sean distintas.
—Que avancen y que sean distintas y que no todas las cosas cambien, hay cosas que no cambian y hay otras que sí se repiten, entonces era un poco la idea que armó el libro: es una idea geométrica que yo la apliqué a la literatura, además de que la cicloide es una curva matemática muy interesante, fascinante.
—Entonces no es un juego que tú inventaste, sí existe.
—Sí existe, esta curva la estudió Blas Pascal, él la analizó de una forma muy interesante, y leyendo a Pascal me di cuenta que era una forma interesante de ver la vida, el tiempo.
—¿Él qué analiza con ésto?
—Pascal era también un poco polimorfo, sus intereses iban desde la filosofía, la teología, hasta la ciencia, esta curva la estudió por pura curiosidad matemática.
—A lo que me refiero es ¿qué está midiendo él? No es el tiempo.
—No, es simplemente una pelota girando sobre una superficie.
—Bueno.
—Es una propiedad de los círculos: cuando giran, hay partes que tocan la superficie, otras partes que no la tocan, etcétera… Pascal la vio como una forma matemática pura, yo la convertí en una metáfora del tiempo.
—Contestada está la pregunta sobre el misterio en ese capítulo.
Volviendo a la espiral, el epígrafe del libro tiene forma de espiral, esa es una forma matemática muy interesante también por sus propiedades. De hecho está relacionada con el número dorado phi, un número que está en todas partes de la naturaleza; a mí también me parece que la espiral es una forma interesante de la vida, nunca llega al centro, pero siempre se está acercando hacia él. El epígrafe lo puse así un poco como un juego matemático poético, una especie de caligrama en el cual el caos y el orden están jugando pero nunca llegan al final.
—Bien. Hablas de la entropía en el primer capítulo de “Jaque Perpetuo”, ¿los capítulos de tu novela son esa energía dispersa?
—Mira, volviendo al tema ese del horror al tiempo, si le tenemos horror al tiempo es por horror a la entropía: la entropía es la energía caótica, es la energía que se dispersa, que no sirve para hacer un trabajo y, curiosamente, la entropía es una energía que siempre va a ir aumentando en el universo y en el tiempo, inevitablemente, hagamos lo que hagamos el universo va de un estado ordenado a un estado desordenado.
—Eso es una ley irrefutable.
—Irrefutable. Eso depende mucho de nuestra concepción del tiempo. Nuestra concepción del tiempo es lineal, vamos del orden mayor al orden menor, del caos menor al caos mayor. Sin embargo si vemos el tiempo de una manera cíclica, encontraremos que es necesario este aumento de la entropía para que sea posible, de vuelta, un nuevo inicio; vista de tal manera, la entropía no se vuelve un principio destructor, sino un principio creador: es necesario que crezca la entropía para que después vuelva a haber un orden posterior. En el primer capítulo la entropía está tratada de una manera directa pero es un tema que está en todo el libro, siempre hay un aumento del caos, del desorden, de la muerte, del dolor, de todo lo que consideramos negativo, pero eso es necesario por el mecanismo mismo de la vida.
—¿Y qué pasa con la literatura desde el punto de vista de la entropía?
—Una de las funciones de la literatura es precisamente crear orden, se supone que en la vida cotidiana hay demasiadas sensaciones, demasiadas experiencias, demasiadas cosas como para que puedan estar ordenadas; la literatura lo que hace es proporcionar un orden; cuando alguien hace un cuento o un poema, lo que hace es ordenar; digamos, en un cuento establecemos un comienzo y un fin, uno, dos o tres personajes, una voz narrativa, etcétera: el autor hace un conjunto de elecciones con las cuales trata de ordenar un acontecimiento, digamos, una muerte. Una persona atropellada en la calle es un acontecimiento fortuito, pero un cuentista puede convertir eso en una obra de arte… ¿cómo? Ordenándolo, dándole un cierto orden. Mi libro, a final de cuentas, representa la búsqueda de un orden dentro del caos, pero enseguida te das cuenta de que este orden va generando también mucho caos, hay confusiones, yo pienso que mi libro, y deberá ser una virtud en ese sentido, más que buscar una explicación para la vida, prefiere confundir las explicaciones de la vida que tú tienes. Pero esa generación de caos, al final de cuentas es parte del sentido. Yo creo que la función más ambiciosa de la literatura es generar horror metafísico, es decir, el horror a la nada, presentarte la nada y el todo frente a frente y que sientas terror ante ello.
—¿Por qué?
—Porque creo que es lo que magnifica nuestra existencia.
—¿Tomar conciencia de la muerte?
—Tomar conciencia de todo esto. Primero, de la inmensidad, del infinito que implica la vida en general: el mundo, el universo, el tiempo, todo eso; segundo, darte cuenta de tu finitud, de que eres un ser perecedero, pero que en esta conciencia perecedera que poseemos es posible que quepa el todo. Eso es lo que provoca, yo digo, el horror metafísico: la muerte no tuya, la muerte en general, enfrentarte a esto es lo que genera el horror metafísico y yo creo que una de las funciones de la literatura sería de alguna manera enfrentarnos con esto, ¿por qué? pues no sólo para hacerlo tolerable, sino para de alguna manera engrandecernos, saber que en tu pequeñez eres capaz de concebir todo eso, es una manera de engrandecer al ser humano. Creo que por eso la función de la literatura no es precisamente consolarte o darte buenas vibras sino más bien al contrario, angustiarte.
—¿Si te angustias alcanzas a vislumbrar que tú también puedes ser infinito como el universo?
—Volviendo a James Joyce, que como te darás cuenta es uno de mis escritores favoritos, él decía que en el instante, en determinadas circunstancias, es posible encontrar lo infinito, encontrar lo eterno; él llamaba a estos momentos “epifanías”.
—Sí, de acuerdo.
—Hay un momento en el cual tú ves esta manzana sobre esta mesa y descubres que eso te revela algo mucho más trascendente que la simple manzana sobre la simple mesa, entonces yo creo que también en ese sentido la función del arte es encontrar o propiciar esas epifanías: en el instante cabe el infinito, eso hasta matemáticamente se podría demostrar.
—Debe ser muy complicado.
—No, no es muy complicado: simplemente, el infinito es un conjunto de partes, cada una de las cuales es infinita, por lo tanto el instante es infinito, como una de las partes del todo.
—No dejo de pensar que es un bonito juego de palabras.
—Más bien yo diría es un aterrador juego de palabras. Piensa por ejemplo en este momento, en cuántas cosas están sucediendo ahora y en todo el universo; si el universo se congelara ahorita mismo, en este momento y te dedicaras a explorar todo el universo encontrando todas las cosas que están sucediendo en este momento, te la pasabas toda la eternidad explorando un solo instante.
—Yo creo que sí.
—Entonces el instante es infinito.
—Eso lo demuestra. ¿Por qué en tu novela utilizas dos veces una frase: “el gruñido de un perro en un sagrario”, es un disparador, es una especie de epifanía?
—En cierta manera, es una imagen que se la debo a un amigo, en una plática estuvimos comentando que hay lugares donde ciertos sonidos, ciertas cosas resultan familiares, hay otros sonidos que resultan incómodos y hay otros sonidos que resultan inquietantes, pensando en ese tipo de situaciones, en un sagrario, en una iglesia, en un lugar sagrado, oír un perro gruñir sería inquietante porque el perro tiene en ciertas ocasiones connotaciones incluso satánicas, oír a un perro que esté gruñendo en un sagrario, en un sitio consagrado a la meditación, a la oración, tendría que ser inquietante.
—Pues sí.
—De allí surgió la imagen, nada más.
—¿Estás de acuerdo con uno de los personajes de tu novela cuando dice que “el alma es un apéndice del cuerpo”?
—En cierta manera, mira, yo soy un desertor, fui seminarista y deserté; una característica que tienen los desertores es que nunca dejan totalmente de desertar: el soldado que deserta del ejército siempre formará parte del ejército, aunque sea como desertor.
—¿Sigues desertando, de qué desertaste en concreto?
Ahorita voy a hablar por ejemplo de mi deserción de la fe: yo cuando dejo de creer, más bien, la fe me abandona, porque llega un momento en que digo “esto no puede ser cierto, no puedo creer yo en esto”.
—¿Los dogmas?
—Los dogmas de la iglesia en lo particular; por lo tanto, dejé de ser un hombre religioso y me volví más bien...
—Espiritual.
—Espiritual en el sentido de que, a mi parecer, no tendría ningún sentido este universo si las cosas no aportaran un sentido; entonces ese sentido es lo que yo llamaría el espíritu.
—De acuerdo.
—El hecho de que los hombres existamos implica que tengamos un sentido, un espíritu, lo que sí yo creo también es que este sentido tiene que desaparecer con el cuerpo, o sea, yo no puedo creer en un alma inmortal, porque me resulta una idea inasible, tanto a la razón como a la intuición; ni siquiera puedo imaginar eso, pero yo pienso que cuando vivimos y estamos activos si existe un alma, un espíritu, algo que va más allá de la materia pura, que está fincada en la materia, como el significado en las palabras: una palabra está escrita sobre un papel, pero tiene un sentido más allá de la simple grafía. Yo pienso que el alma es algo similar: el alma es un apéndice del cuerpo, como el sentido de una palabra es un apéndice de la misma palabra: la palabra está allí, pero tiene algo más que no está allí. Eso es lo que creo: sí hay algo espiritual en el mundo, en las cosas, pero también es temporal y depende de las cosas.
—Es algo que va en los dos sentidos, no uno solo, si algo existe, tiene un sentido, si el cuerpo existe… pero, creo que de algún modo contestaste una pregunta que hace un rato tenía precaución de hacerte, y es una pregunta muy personal, ¿Alguna vez te has preguntado para qué estamos aquí?
—Sí, claro, es una de las preguntas básicas del ser.
—¿Y cuál fue tu respuesta?
—Esas son preguntas cuya respuesta nunca es terminante: la respuesta a esta pregunta no termina la pregunta, el hecho de que yo en algún momento sepa para qué estoy aquí, “estoy para esto”, eso no implica que la pregunta se haya terminado, ni la respuesta es definitiva, creo que es una pregunta que siempre está en movimiento.
—Porque nosotros siempre estamos en movimiento.
—Sí, más bien si nos preguntamos “¿para qué estamos aquí?”, la respuesta es “para buscar por qué estamos aquí”. Esa es una respuesta, un poco un juego de palabras.
—No, pero válida en este momento.
—Por ejemplo hace rato te decía que en cierta manera soy una persona contenta con lo que he vivido, porque de alguna manera yo sí siento que ya le di una finalidad a mi vida, puedo ser un mal escritor, pero soy escritor.
—¿Es lo que más te ha satisfecho de todas las actividades que has tenido?
—Sí, creo que a final de cuentas sí, porque no soy solamente un escritor, alguien que escribe, sino también alguien que enseña la literatura y que muestra a los demás la literatura. De hecho mi profesión como maestro de literatura me ha dado muchas satisfacciones, y como estudiante, creo que en la literatura he encontrado muchas cosas que responden, al menos provisionalmente, mis preguntas. Y el hecho de que ahorita tenga una finalidad ya clara en mi vida, me evita muchos problemas y muchas angustias. Aunque a veces me pregunto si mi libro, por ejemplo, como hace rato decías, es bueno sólo porque lo publicó Editorial Era, pero ¿quién sabe?
—¿Pero tú sabes que es bueno, no, aunque lo haya publicado Era?
—Yo sabía que era bueno, yo tenía confianza en él, pero tenía muchas dudas y sigo teniendo muchas dudas con él.
—¿Una vez publicado, lo corregirías?
—No, no lo corregiría.
—¿Cuáles son las dudas?
—La principal duda es ésta: que de alguna manera creo que, en cierto momento cuando lo estaba escribiendo, sí me olvidé completamente del lector. El proyecto así lo exigía. Yo tengo mis dudas en el sentido de qué tan válido es olvidarse tan drásticamente del lector. A veces hay que pensar también en él. Incluso por ejemplo, ahorita mi principal proyecto va en ese sentido, de pensar más en el lector.
—¿Por qué?
—Como proyecto, como reto.
—Buen reto.
—No pensar en cualquier lector, claro. Por ejemplo, acabo de terminar una novela policiaca, me divertí mucho escribiéndola, se la di a leer a un amigo y me dijo “es que las palabras en inglés, todo lo que está en inglés hay que ponérselo en español”, a mí se me hacía absurdo porque uno de los personajes precisamente habla como Tin Tán y él mezclaba español e inglés; cuando le pregunté a mi amigo por qué debía traducir estas partes él me dijo que solamente el cinco por ciento de la población mexicana domina el inglés… por tanto, pues a la mejor debo resignarme a escribir para ese cinco por ciento. Yo no busco un lector mayoritario, quiero pensar de alguna manera en jugar más con el lector, en este libro estoy jugando más con mis personajes y conmigo mismo que con el lector, quiero buscar una literatura que juegue con el lector, que el lector también cuando este leyendo sepa que estoy pensando en él, que sepa que está metido en la trama.
—¿Alguna vez te pasó, al momento de escribir, como a Rael (tu personaje), que se peleaba con Nietzche y Hölderlin salía a defenderlo? Eso es fabuloso.
—Yo creo que todo mundo nos peleamos con nuestros autores, cuando estamos leyendo a veces nos peleamos con el libro, a mí me ha pasado varias veces que de repente estoy leyendo a un autor y hasta aviento el libro.
—Sí a mi también, y conste que se trataba de escritores muy queridos por mí.
—Uno le pregunta al libro que lee, “¿Por qué me dices esto?” Pero de repente me acuerdo de otro autor, precisamente, y ya empiezo a comprender y ya me reconcilio con el autor.
—Pero sí necesitas un tercero, que llegue a arreglar las cosas.
—Es una de las aventuras padres de la literatura, cuando el autor dialoga contigo, por eso hay que pensar más en el lector quizás. En ese sentido pienso que la literatura puede ser una experiencia vital tan importante, tan intensa como cualquier otra, un poco este libro refleja esta pasión, es un libro sobre otros libros.
—¿Eso crees?
—Sí. Es como escribir un libro sobre el amor o un libro sobre la literatura.
—¿Hubo algún capítulo en particular en el que te hubieras dado permiso, más que en los demás, de hacer algo que tú quisieras, lo que sea?
—Con este libro tenía muchas dudas de que alguien se animara a publicarlo, cuando Era se animó, me sentí feliz porque es una editorial que yo respeto, porque es una editorial que se toma esos riesgos de publicar libros difíciles, pero cuando yo lo estaba escribiendo no estaba pensando en eso, estaba pensando en excesos, sí quería hacer un libro excesivo. Salvador Elizondo uno de mis autores favoritos, decía que la literatura debe tratar siempre de ser una escritura terminal, una escritura más allá de lo cual no sea posible escribir, hay un par de capítulos en este libro en los que yo sí quería ser radical.
—¿Cuáles son?
—“Así cayó Zaratustra” y “Helena y el pez podrido”, en el primero, el protagonista está escribiendo una ópera, en el capítulo original estaba toda la ópera completa, y además tenía planes de poner partitura de la ópera.
—¿Empezaste a hacerla?
—Sí, pero tuve la fortuna de que conté con buenas asesorías y me dijeron no, a veces es mejor sugerir que mostrar.
—Exacto.
—Si muestras una parte de la ópera, resultaba más sugerente que si la mostrabas toda, y si le pones la partitura se va a ver pedante. Quise luego poner un epígrafe musical, pero al final quedó así, difícil, denso.
—Difícil no: denso.
—Sobre todo porque implica manejar ciertos referentes.
—Muchos, en filosofía.
—Sí: Empédocles, Hölderlin, etcétera. De todos modos, la intención original del libro era eso: ir hacia los extremos. Y con “Helena y el pez podrido” me la pasé casi seis meses leyendo procesos inquisitoriales, historia de la Nueva España, yo quería hacer un capítulo donde fuera todo el país y toda la historia, así que me puse a estudiar la gramática del siglo diecisiete, que para mí era un reto personal, en ese momento no pensaba en el lector, el lector era yo, yo quería escribir algo que me satisficiera a mí.
—¿Tu tesis que estudia la obra de Salvador Elizondo está publicada?
—No.
—¿Te atreverías a publicarla?
—Sí, pero no, no como está ahorita. Uno de los problemas con los que se enfrentan algunos alumnos de doctorado, cuando son literatos, consiste en que no pueden escribir con lenguaje académico.
—¿No pueden?
—Porque siempre se ponen muy poetas. A mí me parece, en cambio, que el escritor debe poseer la capacidad de manejar cualquier tipo de lenguaje. Yo debería saber redactar un boletín de prensa de gobierno del estado, o inventar el diario de una niña, lo que yo quisiera. En ese sentido, cuando yo hice mi tesis de doctorado me dije, voy a escribir con lenguaje perfectamente académico que convenza a mis asesores, que convenza a todo mundo, pero esa tesis no es para publicar, es para obtener un grado. Ahorita uno de mis proyectos a mediano plazo consiste en convertirlo en un libro de ensayo literario, donde para empezar, no habrá citas textuales ni notas al pie de página: puro texto. Obviamente tengo que citar al autor, a otros autores, pero lo mínimo posible. Sin embargo me ha resultado muy difícil volver a esa tesis porque le dediqué mucho tiempo, estuve como dos años escribiéndola, nada más metido en ese tema, que por cierto antes estuve haciendo este libro, lo terminé y luego ya me pasé a escribir la tesis, creo que sí hay muchas correlaciones entre mi novela y mi tesis, sobre todo, por ejemplo, en el modelo de lectura que te pone Elizondo: mi novela le debe mucho a ese modelo de lectura; lo cierto es que ahora cuando he querido retomar esa tesis, la leo y la leo y no sé qué moverle, entonces necesito algún estímulo de alguna manera para poder tomarme el tiempo de escribirla, porque creo que sí es importante porque Elizondo es un autor muy poco valorado. Uno de los grandes errores que se cometieron aquí en Guadalajara es que nunca le dieron el premio Juan Rulfo y nunca se lo podrán dar ya. Es una injusticia como se han cometido muchísimas, y en realidad es el escritor más importante de su generación: es el único escritor que realmente pensó en la escritura aquí en México.
—Yo creo que no se acercaba mucho al lector, precisamente.
—Más que buscar el lector, él trataba de crear un lector.
—Le exigía mucho a nivel intelectual.
—Hay una anécdota que cuento en mi tesis que se me hace muy sintomática: una vez, estábamos platicando dos elizondianos: Gabriel Bernal y yo, cuando llegó Jaime Moreno Villarreal, se puso a escucharnos y luego agregó: “los lectores de Elizondo son muy raros, para empezar son muy pocos, y como que tienen una especie de secta cuyas reglas son tan difíciles que en realidad ninguno merece estar en esa secta, ni siquiera el mismo Elizondo”, y eso es cierto, es un escritor muy difícil, es muy misterioso, un autor que sólo existe para unos pocos; ahí choca un poco con la idea de literatura que tenemos de que debe ser así universal, popular.
—No necesariamente.
—También hay una literatura elitista en el mejor sentido de la palabra, para iniciados, entonces Elizondo es un escritor para eso, para iniciados.
—La pregunta es cómo iniciarse en la secta seguidora de Elizondo.
—Leyendo a Elizondo, leyendo correctamente a Elizondo.
—¿Cuál es la manera correcta de leerlo?
—A mí me cabe el orgullo de que, durante los cursos que he dado sobre Elizondo en Maestría, la mayoría de mis alumnos, se han interesado en él. Creo que sí hay cierta manera correcta de leer a Elizondo, yo no lo leí así, yo lo leí como todo mundo, de una manera muy anárquica, así, lo que te va cayendo, pero a partir de eso empecé a ver que sí hay una propuesta muy sólida, es de los pocos escritores que puedes decir que tiene una obra completamente integral, no le sobra ni le falta nada, por ejemplo Carlos Fuentes es un gran escritor pero le sobran muchos libros.
—Pero a Elizondo si le faltan ¿no?
—No, mira, yo creo que alguien se podría pasar leyendo toda la vida la obra de Elizondo, es una escritura muy compleja, muy laberíntica, pero es muy consecuente consigo misma. ¿Qué le puede faltar? tiene tres novelas muy buenas, libros de cuentos tiene muy buenos ensayos.
—¿”Farabeuf”, qué otras novelas?
—“El hipogeo secreto” y “Elsinore”, ésta es la última, y es muy buena para empezar a leer a Elizondo, es la más tranquila, la más ortodoxa de todas.
—Parecen memorias.
—Sí, parecen memorias. Es también bonito de él que es de los pocos escritores mexicanos que se convirtió en personaje de sí mismo.
—Si.
—Es muy interesante eso.
—¿Te parece?
—Obviamente es mentira, son mentiras muchas de las cosas que él cuenta sobre sí mismo, pero lo mismo hacemos con la realidad, ni el escritor más realista cuenta siempre la verdad. Él por ejemplo asumía mucho esa paradoja de Epiménides el cretense que dice: “Todos los cretenses son mentirosos, yo soy cretense, por lo tanto estoy diciendo una mentira”, esa es una paradoja, si estoy mintiendo digo la verdad, si digo la verdad estoy mintiendo; él decía que quería elevar la mentira a la altura del arte, y en realidad es una de las cosas que siempre tenemos que hacer.
—Los escritores sí, claro.
—También me gusta por eso Elizondo, porque ahorita existe una especie como de privilegio de la literatura realista, “la literatura tiene que hablar sobre la realidad” pero ¿por qué? la realidad está allí en su lugar y ya, acá es otra cosa, no podemos poner a la literatura al servicio de una cosa externa a ella.
—No, jamás.
—La literatura está al servicio de la literatura y punto.
—¿Quiénes privilegian el realismo en la literatura?
—En el mercado editorial, los lectores privilegian acríticamente, es decir, sin pensarlo, la literatura realista, que debe hablar sobre el sistema político mexicano o sobre la condición de la mujer, o sobre la explotación de los niños.
—Estoy de acuerdo contigo en que la literatura sólo debe estar al servicio de sí misma, es decir de convertirse en un arte. ¿Pero los temas?
—Yo te digo esto porque es la situación con la que me he enfrentado yo como escritor cuando quiero publicar mis libros.
—Ya entiendo.
—Ahorita si vas a una editorial comercial lo que quieren, es que hables sobre una historia de amor de un campesino que se enamore de una… no sé, sobre cosas que tengan referentes reales ¿por qué? porque la gente ya no necesita pensar más allá, la gente ya tiene los referentes inmediatos y lo lee sin leer.
—¿Estás de acuerdo entonces con José Joaquín Blanco cuando dice que el lector está muy cómodo leyendo cosas con las que puede coincidir?
—Sí, al lector le encanta eso, le encanta que el autor piense como él, le incomoda cuando el autor no piensa como él.
—Por eso tú sí te propones perturbar.
—Sí. Para empezar, el realismo es imposible, no es posible decir la verdad sobre las cosas.
—¿Porque la realidad es yuxtapuesta, mezclada?
—Sí, la realidad depende de la perspectiva desde la cual sea mirada, depende de muchas cosas, no hay una verdad realmente.
—Para empezar.
—Decir la verdad es la mentira más falaz y más malintencionada que puede haber.
—¿También se hace por ingenuidad, no?
—Sí, también, pero muchas veces no, existe un afán de verdad… por ejemplo, veamos ahora a los candidatos a la presidencia, todos dicen tener la verdad y todos sabemos que ninguno la tiene, si se lo creemos estamos pecando de ingenuidad, como tú dices, pero ellos no lo dicen con ingenuidad, ellos mienten deliberadamente, mienten diciendo que dicen la verdad, en cambio es más honesto el escritor que miente diciendo que está mintiendo. Creo que la posición más honesta es decir “yo hago literatura, por lo tanto yo digo mentiras, por lo tanto esto es un juego, es un artificio”.
—¿Tu “Carpe Diem” es la Literatura?
—Pues sí, lo que pasa es que eso de vivir aquí, vivir el instante, aprovechar, a mí se me hace un poco ambiguo, si nos ponemos a ver el instante no existe, el presente no existe.
—¿Ambiguo o ingenuo?
—No es ingenuo, creo que sí es importante el presente, creo que sí es importante el momento en el que estamos viviendo, pero el momento que estamos viviendo está lleno de pasado y lleno de futuro, por ejemplo yo estoy aquí ahorita contigo, pero yo no estaría aquí contigo si no hubiera escrito este libro, si no me hubiera formado en literatura…
—…si no fueras en la noche a presentarlo…
—Sí, etcétera, y además uno piensa seguir escribiendo. Pienso que sí, yo te decía hace un rato que la literatura a mí me ha dado una finalidad en mi vida: el hecho de saber que debo crear, incluso si ya no tuviera ahorita cosas que contar, no tuviera ninguna cosa, todavía tengo que enseñar literatura, todavía tengo que dar mis clases, todavía tengo que leer muchas cosas; entonces yo, en ese sentido, resolví mi vida vocacional; mi vida existencial es un desmadre, pero eso es otra circunstancia, es otra finalidad, pero creo, de todos modos, que incluso la finalidad vocacional te ayuda a resolver las dudas existenciales… como sea, yo puedo ser un hombre infeliz o no, pero soy un escritor, malo o bueno, de todos modos estoy aquí, ya estoy haciendo, creo que es lo importante.
—¿Tú que eres maestro crees, como decía Ricardo Garibay de su maestro Erasmo Castellanos Quinto, “el maestro es el mentor, es el que instaura el espíritu en el alma del otro”, así?
—Sí, en cierta manera sí. Te confieso que cuando empecé a dar clases de literatura sí me sentía muy inseguro, sentía que me faltaba saber mucho, yo no llevé una licenciatura en letras, ahorita mis alumnos si llevaron una licenciatura en letras, honestamente ellos tienen mucha más información que yo.
—¿Cómo llegaste a ser maestro de Maestría?
—Por lo que había leído y por lo que había escrito, por todo eso; tengo huecos de información que los he llenado como he podido.
—¿Eres autodidacta entonces?
—Llevé un año de taller para formarme como escritor, con David Ojeda, de quien se puede decir que es mi Mentor, además él es antiacadémico. Lo que me di cuenta es que a final de cuentas lo que importa en los alumnos no es dar información sino formar, formación en vez de información. Creo que en ese sentido me he encontrado con que mis alumnos me respetan mucho. Un alumno que estuvo conmigo hace diez años sigue siendo ahora mi amigo. Ya me di cuenta que la relación maestro alumno no se quedó en el aula, sino que continuó después. Eso es también una finalidad en la vida, la necesidad de ser mentor de ellos.
—¿Tu vocación es ser maestro o ser escritor?
—Yo digo que ser escritor, porque a final de cuentas el ser maestro es consecuencia de ser escritor.
—Te lo pregunto porque mencionaste que si no tuvieras nada que decir tendrías que dar clases.
—Igual, si ya no tuviera que dar clases, seguiría escribiendo, seguiría leyendo.
—¿Alguna vez te pasó eso de que te quedas sin qué decir?
—Sí, hay momentos graves, hay un libro de Salman Rushdie que se llama “Harum en el mar de las historias”, y precisamente al papá de Harum se la acaba el mar de las historias, ya no tiene ideas que contar… ese sería el momento más angustioso en la vida de un escritor, el momento en que descubra que ya no tiene nada que escribir. Yo sí he pasado por momentos en los cuales me digo, “¿y ahora qué?”. Precisamente eso dije cuando acabé este libro, pero siempre pasa algo, uno tan metido en esto, que de alguna manera puede hacer pausas, pero en realidad siempre viene algo que te catapulta una historia de inmediato. Yo por ejemplo te podría decir que me salvaron mis sueños, a partir de que escribí este libro empecé a tener sueños tan completos que eran cuentos, ya nada más tenía que levantarme de la cama a escribirlos, pero era por lo mismo de estar pensando y pensando.
—Por la dinámica que llevabas.
—Mientras no me duerma en mis laureles y me ponga a vivir en la farándula o en la bohemia… porque también se necesita disciplina, se necesita estar uno siempre pensando como escritor.
—¿Cómo piensa un escritor?
—Pensar en palabras, por ejemplo.
—¿Todos pensamos en palabras, no?
—Sí, pero pensar “dentro” de las palabras, por ejemplo, cuando oyes una frase, cuando ves una situación, siempre la estás pensando transformada en palabras.
—¿Tu sentido del oído es más sensible que tus demás sentidos?
—No sé, tengo buen oído para la música pero no tengo buen oído para los idiomas. Me interesan mucho los idiomas, ahora estoy estudiando, pero lo cierto es que no tengo facilidad.
—Te lo pregunto de una manera puramente física.
—Sí si, el problema no radica tanto en los sentidos, como sabemos los sentidos son, cada uno, una terminal de nuestro cerebro, y lo que hay que tener atento es la conciencia.
—Eso es pensar como escritor.
—Sí, quizás, pero entonces esa conciencia la viertes en palabras, sientes una sensación con el tacto y de inmediato la estás queriendo transformar en palabras, quizás eso sea pensar como escritor. Pero más aún pensar las palabras por sí mismas. Cuando estaba escribiendo este libro, yo siempre escribo “consciencia” con “sc”, y decían, “no, es que debe ser con c”. Pero no, en latín es con sc, ¿quién le quitó la “s” a la “consciencia”, los godos o los visigodos, quién diablos se la quitó? Así es etimológicamente, así quise que estuviera en mi libro, “pero –decían- que es muy conservador”, es conservador pero es etimológicamente correcto.
—Es como escribir obscuro con b.
—Obscuro con b es más enigmático que sin b, y a mí me parece que consciencia es más exacto con sc que con c.
—Bueno, ya diste la explicación.
—Yo pienso que así, pensar con palabras y pensar las palabras en sí mismas, por ejemplo una vez un escritor en uno de sus cuentos decía “Fulana de tal se sacó el as de la manga”. Yo le dije: “ese es un lugar común ¿por qué no dices se sacó un as de la tanga?, sólo le cambias una letra y la imagen cambia radicalmente”.
—Absolutamente.
—Creo que también es pensar las palabras fonéticamente, sólo le quitó una letra, suena diferente y significa totalmente otra cosa. Torcer los lugares comunes es pensar las palabras también.
—Pensar las palabras, tener la consciencia alerta, nada más porque tu medio de expresión son las palabras aunque, me dijiste algo muy interesante: todas las artes son materia sensible… ¿Cómo era?
—“El arte es una manipulación de la materia sensible con un fin estético”, lo dijo James Joyce.
—Y las palabras pueden ser la materia sensible, los sonidos de la música, los colores de la pintura… También vi mucha pintura en tu libro.
—Tengo esa capacidad de pensar en diferentes registros, tengo una buena formación gráfica, estética, visual, de alguna manera también sostengo una carrera como artista gráfico.
—¿Has expuesto?
—No, pero hago mucho cartel, portadas de libro, portadas de discos y en cierta manera también tengo alumnos en esa área. Sobre todo tengo facilidad para manejar la imagen y la música en computadora. Eso es un poco eso de ver la materia sensible y transformarla. No sé si sería mejor concentrar toda la energía en la escritura, pero tengo el pensamiento complejo, como le llaman algunos pensadores.
—¿Qué bueno, no?
—A veces es contradictorio, es angustiante, digamos.
—¿Por qué?
—A veces, ¿a poco no? el inocente es más feliz que el malicioso.
—¿Tú crees?
—Quien ve las cosas totalmente simples es más feliz que quien las ve demasiado complejas. Pero a mí me gusta esa capacidad de diseccionar la realidad, sea sonora, auditiva, sea lingüística, sea lo que sea, siempre estoy envuelto en un montón de silogismos, pero es parte de la experiencia vital. ¿no?
—Claro. ¿Qué sigue, qué nuevo libro publicarás después de “Jaque Perpetuo”? Terminaste tu novela policíaca.
—Tengo en el cajón mi tesis sobre Salvador Elizondo, un libro de poemas raros, la novela policíaca y una novela erótica, que es la más atrasada de todas. A mí me gustaría publicar primero la novela policíaca, que ya está terminada y está bien hecha.
—¿Se llama…?
—“Corazón de mierda”.
—Muy policiaco.
—Muy negra.
—¿Alguna influencia de Rubem Fonseca?
—No. Me gusta Rubem Fonseca pero no. Hace rato que comentábamos de cuando se va la inspiración, cuando estaba en un momento así, me invitaron a hacer un cuento policiaco sobre una historia real y me puse a investigar, empecé a leer, sí hice el cuento pero cuando lo acabé y lo entregué para una antología, me quedé con mucho material extra… así que me propuse convertirlo en novela, quitándole todo el realismo y todas esas cosas, hice una novela muy juguetona donde es un poco la novela policíaca pero también la novela picaresca, el narrador es un pícaro que vive en este mundo del crimen organizado, de la cárcel y todo este rollo, fue una cosa muy divertida y además con dobles sentidos.
—¿Muchos sentidos?
—No es una simple novela realista, tiene más juego. Sí es un artificio.
—¿Hay metafísica en tu novela policiaca?
—Si, en cierta manera, sobre todo lo que hablábamos hace rato de la verdad y la mentira, que son categorías metafísicas… por ejemplo el protagonista es un mentiroso descarado, es más, admira a las personas que saben mentir, saber mentir implica ser verosímiles, entonces nunca sabes si es verdad lo que te está diciendo o si es mentira, es parte del juego. Puedes pensar que todo fue mentira o todo fue verdad. Es la novela que tengo allí, lo que pasa es que sí es una novela que en cierta manera es justamente todo lo contrario de “Jaque Perpetuo”.
—¿O sea que es muy divertida?
—Sí, es muy divertida, ¡ah, ya lo dijiste, mira! ““Jaque Perpetuo” no es nada divertida”.
—No es que no sea divertida, es que sí es angustiante de repente.
—Yo digo que la función de la literatura no es divertir.
—Pero ¿por qué te pusiste a hacer una novela divertida? Porque tú te divertiste.
—A veces también hay que obedecer al momento, el “Carpe Diem” que tú decías hace rato.
—Bueno.
—Me tardé cinco años en escribir “Jaque perpetuo”, la policiaca me tardé tres meses. Tienen el mismo número de páginas, yo te puedo decir que las escribí con el mismo rigor: hice esquemas, hice un montón de preparación, me puse a leer, me puse a ver películas del cine mexicano, me puse a releer novelas como “Chin Chin El Teporocho” o “El complot Mongol” para empaparme del lenguaje… creo que en esta novela lo principal es el lenguaje, es difícil escribir una novela como hablaría un chilango de los años cincuenta, ¿verdad? Allí existe el reto, lo asumí a fondo y creo que está bien logrado en ese sentido. Ahora mi principal proyecto es otra novela que tentativamente se llama “Ciudad Simulacro”, pensada en función de la música, hay una sonata de Beethoven que tiene una estructura es muy narrativa, empieza la orquesta y luego viene el piano, luego la orquesta, luego el piano, luego se mezclan las dos, luego las dos se contradicen. Empecé a concebir una novela con esa estructura: va a tener tres movimientos, como una sonata; va a tener dos voces, una en el “yo” y otra en el “él”; cada capítulo va a tener un personaje; cada capítulo van a narrar cuarenta minutos de vida, de tal manera que empiece la novela a las siete de la tarde y termine a las nueve de la noche, sin cortes comerciales y con veinticuatro personajes, con la intención de que cada personaje tenga su propia historia y se vaya desarrollando allí.
—Eso no cabe en dos horas.
—La intención es que sí, lo que pasa es que con esta experiencia de la novela policiaca creo que sí puedo encontrar un tono en el cual sea tramposamente fácil el lenguaje, es decir, algo que sea fácil de leer, pero que no sea fácil de comprender.
—¡Falacia!
—Sí, hay que especializarse en la falacia.
—Bueno, ¿ya me dijiste que “Jaque Perpetuo” sí es una “máquina para crear un sinsentido deslumbrante”?
—Sí. Algo así.
—Se me ocurrió en algún momento de la lectura de tu novela que podría llamarse “El espectro cromático de la entropía”, pero es horrible ¿verdad?
—Es otra imagen: no… precisamente las cosas, entre más podridas estén, tienen colores más bonitos.
—Eso está lindo para terminar. Gracias Gonzalo Lizardo.
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2 comentarios:
Muy interesante la entrevista, y es que hay bastante tela de donde cortar con un escritor como Gonzálo Lizardo, quien posee esa creatividad para manejar la materia y transformarla en: palabras, sonidos, colores capacez de contarnos historias dignas de llamar la atención y no para entretener al lector, sino para hacerlo pensar en serio.
Gualupe, excelente entrevista. Preguntas inteligentes y respuestas ingeniosas sin dejar de ser autenticas. Por que no sigues publicando en tu blog? Creo a muchas personas, como yo, te echan de menos.
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